Xxiv feria del libro de cádiz Actos de ayer y programa para hoy

"Vencemos a la muerte cuando la nombramos con minúscula"

  • Maruja Torres presentó ayer 'Esperadme en el Cielo', la novela que le valió el Nadal

Maruja Torres (Barcelona, 1943) obtuvo este año el Premio Nadal con un libro que, como afirmó la periodista Salud Botaro en su presentación, "da capotazo, no carpetazo, al dolor". Esperadme en el Cielo recrea una sesión continua de espiritismo sentimental entre la escritora y sus dos amigos desaparecidos: Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán -"cuya muerte fue tan inesperada que a veces fantaseo con la posibilidad de que aún siga vivo", comenta la autora-.

Presentadora y protagonista evocaron ayer tarde el final de la película El fantasma y la señora Muir, cuyo juego es, en gran parte, el que plasma Maruja Torres en su novela: "El más allá son la amistad y le memoria recobradas -explica la periodista-. Hemos de recordar a los que se han ido para que no se mueran de verdad. Y es un privilegio, además, poder hacerlo en compañía, e incluso ante extraños. Así viven ellos otra vez y así sé, además, que no estoy sola".

"Cuando empecé a escribir este libro -rememora Maruja Torres- pensé que era algo demasiado personal para tener salida, pero luego me di cuenta de que todo el mundo ha perdido a alguien. Que la mala noticia es que se mueren los demás y la buena, que seguimos vivos. En cualquier caso, siempre duele".

"Me dejaron sola a los 62 años -continúa-. Una edad en la que, como a los 12 años, has de volver a aprender a vivir de nuevo, pero sin la sensación de que te queda todo por delante. Además, cuando te haces mayor descubres que tu cuerpo se hace profundamente conservador, de derechas, mientras que tu espíritu sigue siendo un libertario. El cuerpo te pide que te retires al sofá, que agarres el mando a distancia y que calcules los metros de depresión que te separan de la nevera o del mueble bar. Cuando mis amigos se fueron, mi cuerpo se abotargó aún más y, durante dos años, estuve luchando con esa tendencia insana de mi cuerpo a envejecer vegetando. Me cabreé mucho con su desaparición y les hablaba. A Terenci llegaba incluso a ponerle películas..."

"Me estaba volviendo loca con el propósito de sanar, de volverme cuerda", concluye. La espiral terminó cuando llegó al "pozo del aburrimiento", en Estocolmo: "Un día, viendo en el césped por la ventana un par de liebres, decidí que me iba, que volvía al amor y a la persona que yo era, porque esa otra era un impostora... Como cuando engordas un par de tallas y sabes que no son tuyas, que tampoco es que tengas que convertirte en anoréxica, sino volver a tu talla original. O casi".

Fue en Beirut cuando decidió poner por escrito toda su catarsis sentimental: "Una ficción muy trabajada sobre algo tan poco atractivo como la muerte, y sobre la decisión de vivir o vegetar -define la escritora-. En general, hacemos como si la muerte no nos importara, y creo que la hemos vencido al nombrarla con minúscula y convertirla en un accidente más de nuestras vidas".

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