Cultura

"Si Van Gogh no hubiera pintado, se habría cortado las dos orejas"

  • El ganador de la última edición del Premio Alfaguara de Novela, Andrés Neuman, participó ayer en el ciclo de Presencias Literarias, organizado por la UCA

Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) aconseja, si uno es escritor, no apuntar en las solapas de los libros todos los oficios humildes ejercidos antes de llegar a la literatura. Neuman confiesa haber sido escayolista, entrenador de un equipo de fútbol alevín y heladero: "En Argentina -cuenta- se baña el helado en chocolate y hay que tener una maña especial para que quede endurecido y perfecto. Yo era un desastre". Entran ganas de regalarle un topolino. Su desempeño como escritor pertenece, sonríe, a su época de freelance. Neuman visitaba el Aulario La Bomba dentro del ciclo de Presencias Literarias organizado por la UCA.

Presentado por la periodista Leticia Sánchez, el último premio Alfaguara de Novela con El viajero del siglo define el género del relato como un huérfano literario: "El relato tiene que luchar porque está en tierra de nadie. Tiene que crecer, normalmente, a costa de la fagocitadora novela, con lo cual sale perdiendo, y no cuenta con una crítica especializada".

"Ni siquiera me han dado un premio de cuentos. ¿No ven lo injusta que es la vida? -reflexiona-. El cuento es el género que mejor sabe contar un secreto. A mí me interesa no tanto la revelación del misterio sino su consecuencia. Una vez desmontado el artefacto no hay manera de que vuelva a funcionar el mecanismo. Por eso me gustan las historias resueltas a medias, que piden una relectura".

"Yo creo, además, en la concomitancia entre géneros, en los territorios fronterizos, en la novela con lenguaje poético... -explica el autor respecto a su último título-. Nunca sé muy bien por qué una idea llega en la forma que llega pero, en general, uno acierta con el género en que escribe".

El viajero del siglo, que le ocupó seis años de elaboración, surgió a partir de la pieza Viaje de invierno, de Schubert. "No escribo rápido -confirma-. Soy más constante que veloz. Y escribir es, para mí, un ejercicio terapéutico, no tanto de desahogo personal como de tranquilidad de espíritu. Escribo porque si estoy ocioso, lo paso mal. Mi espíritu judeo-cristiano me machaca si no trabajo, me considero un fraude. Para colmo, soy un vicioso, con lo que una vez que empiezo no puedo parar..."

"Nunca sabes, además, si lo que se publica vale la pena -insiste-. Yo con este libro pensaba: 'Llevo cinco años metido en esta cosa que me está jodiendo la vida, no puedo más, lo voy a tirar a la basura...' Pero tienes que acabarlo. O yo tengo que acabarlo, al menos, por higiene mental, porque si no, no puedo empezar otro".

"Un escritor es, además, un cleptómano -prosigue Neuman-. Puede ser una persona muy creativa, que tenga muchas ideas, pero aun así vivirá chupando de las vivencias de los demás. Es un vampiro de lo ajeno. A veces te topas con gente que te dice: "Yo no tengo imaginación", y te cuenta historias tremebundas y entonces piensas: "Gracias, Dios, por crear al prójimo".

"A mí no me gusta escribir -concluye, en el remate final de la autodefenestración-. Lo que ocurre es que, como diría Paul Auster, lo paso aún peor si no escribo. Es como el amor: enamorarse es un desastre, estás enajenado, sufres como un bellaco... pero es mejor estar enamorado. Y cuando escribes es un amor al que no llega el desgaste, porque termina antes. Ahora, la creación no aumenta en absoluto la neurosis. Si tienes un personaje, lo violas, lo matas, le estalla una bomba nuclear... después te vas a tomar un café tan tranquilo. Van Gogh se cortó una oreja porque pintaba. Si no hubiera pintado, se cortaba las dos".

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