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Sólo para sus ojos

  • Llega a las librerías, de la mano de Dibbuks, uno de los cómics más esperados de los últimos tiempos: 'Goya. Lo sublime terrible'

Una imagen de la obra.

Una imagen de la obra.

Y es que la expectación, he de confesarlo, era total. Han sido dos largos, larguísimos años de gestación de una obra que al final tenemos ante nuestros ojos para disfrutarla. Pero no ha sido fácil para sus creadores, el guionista malagueño El Torres y Fran Galán, dibujante sevillano, que se embarcaron en esta obra que no es un cómic histórico, ni uno de terror como el que nos tiene acostumbrados su escritor. Es otra cosa, un híbrido, una impresionante mezcla que, una vez consumida, pese al regusto amargo que paladearemos en algunos momentos, nos satisface completamente. Para ambos ha supuesto un reto terrible, pero finalmente… sublime.

La historia comienza en nuestra ciudad, Cádiz, con un Francisco de Goya yaciente entre las sudorosas sábanas de una cama en la que intenta recuperarse de unas fiebres. Entre pesadilla y pesadilla le confiesa a Sebastián Martín lo que le ocurre, el pesar que lo sume en el más absoluto de los terrores. Un recuerdo que nos llevará, en una primera escala, a la soleada Valencia, donde el pintor, dedicado entonces a los retratos de la alta alcurnia, viaja junto a su sufrida esposa, Pepa.

La historia comienza en Cádiz, con un Francisco de Goya aquejado por unas intensas fiebres

Será allí, durante una noche regada por el vino, en la que Goya y su amigo, también artista, Asensi Juliá, traspasen por primera vez ese velo que separa nuestra realidad de otra mucho más oscura. Goya será reclutado por la fuerzas de las sombras, el Mal más puro lo quiere entre sus filas y hará lo que sea para que acepte la forzada invitación…

Comienza ahí un periplo, un viaje en el tiempo en el que el protagonista huirá de la persecución de estos seres, brujas, monstruos deformes y el diabólico alter ego de su, hasta ahora, amigo Juliá: Zaragoza, Madrid… Los escenarios irán cambiando, pero el Mal sigue ahí, acechando para regresar en el momento más inoportuno. Mientras, Goya, admirado por aristócratas, se codea con los mejorcito de la sociedad española del momento.

Pero ésta no es solo su historia, ya que es también la de María Teresa, Duquesa de Alba. Una mujer fuerte, rebelde, de grandes ojos (unos rasgos robados a la bella actriz Eva Green, como los autores confiesan en los extras del volumen) y que desafió a las convenciones sociales, teniendo que pagar un alto precio por ello. Ella, y solo ella, comprenderá totalmente los padecimientos de su amigo el pintor, con el que comparte el dolor de conocer lo que se esconde en las sombras, esas tropas malditas que extendiendo su pútrida mano, lograr hacer que el dolor y el sufrimiento se instalen en el corazón de sus perseguidos.

Así pasarán los años, en una eterna lucha contra lo macabro, exponiendo ante sus ojos, ya en soledad, lo terrible de la realidad, la violencia, injusticia, la sangre que rodeaba a un Goya anciano que, curado de espanto, logra encontrar una solución para aplacar su temor: La eternidad del lienzo.

El resultado está, sigue estando, en sus pinturas negras…

No puedo negar mi predilección por la obra de El Torres, un guionista que desde siempre ha apostado por el género para narrar sus historias, convirtiéndose, a mi parecer, en uno de los grandes de la viñeta en nuestro país. Golpe a golpe ha ido afianzándose, logrando cada vez una legión de lectores que siguen su obra, ya sea dentro de los límites del terror más absoluto (El velo, El bosque de los suicidas, Roman Ritual, o la multipremiada Camisa de fuerza) o los de la parodia más desopilante (Nancy in Hell, Bribones), pasando por puntos de inflexión como fue la magnífica El fantasma de Gaudí que junto a Jesús Alonso Iglesias, lo colocó en el candelero, haciendo que un cómic ocupara todas las cabeceras de periódicos.

Y aquí, con este Goya. Lo sublime terrible vuelve a demostrar que no es necesario situar la acción en tierras yanquis ni niponas para narrar una buena historia de terror que, además, puede suponer para el lector interesado un magnífico punto de inicio si desea saber más sobre los protagonistas y el marco histórico en el que se narra el argumento. Una obra ésta que ya se sitúa, por méritos propios, entre las mejores de los últimos años. El cómic patrio vive, sí, una dorada época, creativamente hablando. Aquí tenéis la prueba.

Pero claro, qué sería de una buena historia sin un gran dibujante que la plasme. Y Fran Galán lo es, robándole horas al sueño y a un trabajo administrativo de lo más gris, el sevillano nos traslada a la luz, y sombras, de una época ya lejana, deteniéndose con el cuidado de un orfebre en los más mínimos detalles (hay viñetas con las que extasiarse durante un buen rato) pero sin dejar que el preciosismo arrebate expresividad a sus personajes, tanto los que viven a este lado como los del otro, monstruos sacados de un eterno aquelarre de los que Galán se ha apropiado para hacerlos suyos durante este tour de force artístico que dura nada más y nada menos que ciento doce magníficas páginas.

Ojalá que el esfuerzo haya valido la pena y este cómic, porque lo merece, ocupe el lugar más alto entre los más vendidos y, por supuesto, que figure en todas las quinielas de premios nacionales dedicados al noveno arte.

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