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Cultura

Romina Bassu lleva a Rivadavia un ejercicio sobre la memoria común

  • La artista italiana inauguró ayer en la sala de exposiciones la muestra 'Archivo anónimo'

Un ejercicio en torno a la memoria colectiva. Esa es la propuesta que Romina Bassu (Roma, 1982) llevó ayer hasta la Sala Rivadia en la muestra Archivo anónimo. Organizada por la Fundación Provincial de Cultura de Diputación, la exposición reúne a lo largo de veinte obras -y numerosas piezas- un juego de imágenes y referencias de corte nostálgico y familiar: plásticas que se asumen como íntimas pero que realmente tienen -subraya Romina Bassu a través de su trabajo- un carácter común.

Así, la propuesta recorre series de retratos infantiles tomados de los recordatorios escolares de los años 50 y 60, fotos grupales de anuarios, iconos que podrían remitir a los afiches publicitarios de la época o composiciones que evocan el paso del tiempo o esos procesos de buceo en la memoria con los que todos estamos familiarizados -libros antiguos con textos tachados o señalados y entre cuyas páginas, de repente, salta una foto, o cajones que esconden imágenes perdidas-.

Artista de origen italiano pero con vinculación española, Bassu cursó estudios en la Academia de Bellas Artes de Roma, completando su formación con estancias en Sevilla gracias al programa Erasmus, siendo Archivo anónimo su segundo proyecto tras la serie I´am stressed out, en la que trabajó en Berlín y Londres: "El principal objetivo de este Archivo anónimo es rememorar el espíritu de los álbumes de familia bajo una nueva mirada que nos permite comprobar cuánto tienen de colectivo -comenta la artista-. Pero también he querido trabajar sobre el concepto de olvido y ausencia".

Romina Bassu -que ya ha llevado sus propuestas a otras localidades de la provincia, como recordó en la presentación la delegada de Cultura en Diputación, Pilar Pintor- presenta en la muestra que se inauguró ayer su dominio de la acuarela y el acrílico aplicados al retrato.

Los trazos con los que Bassu rescata los gestos y caras del pasado están en muchas ocasiones -como, en muchas ocasiones, lo están en nuestra propia memoria-, incompletos, comidos por los huecos del tiempo o por los estragos del ácido. Ese niño con el que intercambiamos el último cromo que nos faltaba, ¿llevaba gafas o era su hermano? ¿de qué color tenía los ojos? ¿tenía pecas? Y, de repente, en toda esa sucesión de imágenes que nos acuden -y que muy bien podrían desfilar en ocres , en monocromo o quemadas de sol, como también propone Busso- nos aparece una caries, un muerdo, "los detalles que el tiempo, como un filtro, va borrando, creando a la vez un efecto de nostalgia".

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