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Cultura

Queremos tanto a Lisbeth

  • Mañana sale a la venta la última entrega de la saga Milleniun: una trilogía que debe su éxito editorial al nacimiento de una antiheroína contemporánea

Nunca cuarenta y dos kilos tuvieron más peso en el mundo editorial. Y no llega al metro sesenta pero es capaz de arrastrar, ella solita, a los lectores más entregados de los últimos tiempos.

Varios factores se unen, desde luego, a la hora de hacer de Millenium un fenómeno editorial. Uno puede ser la reciente profusión del género negro escandinavo. Otra, la inoportuna muerte del autor, Stieg Larsson, desaparecido antes de conocer el éxito como escritor. Pero, sin duda, el gancho de la trilogía -cuya última entrega llega mañana a las librerías- reside en el gran hallazgo que supone Lisbeth Salander, un personaje oscuro que rezuma una extraña y recóndita ternura.

La Salander es un logro literario: cualquier lector puede darse cuenta al poco de introducirse en el universo de Millenium. Y, probablemente, el primero en descubrirlo fue el propio Stieg Larsson, que concibió estas novelas como un entretenimiento en las tardes de verano. La historia inicial parte de la clásica trama de ratonera -un asesinato cometido hace años en una isla- que ha de resolver un alterego del propio autor, el periodista Mikael Bloomkvist, en condición de improvisado detective.

Lisbeth Salander aparece en la novela como un Watson accidental, dispuesta a convertirse, en principio, en el inspirador ayudante del protagonista. Lo que probablemente ni el propio Larsson imaginaba era que iba a terminar eclipsándolo. Bastan unas escenas para que una joven sociópata, bisexual, de mente hambrienta, reacciones violentas y nula educación emocional se convierta en motor de la historia.

Tan fuerte se hace esta certeza que ya en la segunda entrega de la serie, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, Larsson arrincona al "Mikael Bloomkvist de los cojones" y cede el peso de la historia a esta criatura sedienta de sangre y tinta.

Que un personaje como Lisbeth Salander ejerza tal fascinación podría conducir a análisis desoladores: el nivel de frustración tiene que ser terrible si entre las aficiones de la heroína de nuestro tiempo se encuentra reventar cráneos con un palo de golf.

Pero Salander tiene garra porque ocupa un lugar de honor en el grupo de los antihéroes: aquellos que no cuentan con el apoyo del orden establecido y se dedican a defender, precisamente, a los que nadie defiende. Lisbeth tiene una ética robada a Robin Hood. Es una hacker: está en todas partes y en ninguna -"¿Dónde estará, dónde se encuentra La Pimpinela Escarlata?"-. Su estética es su sello y su refugio (El Zorro), sus métodos harían palidecer de envidia a Harry el Sucio e incluso hace gala, como los superhéroes del cómic, de una cualidad casi sobrehumana: su excepcional inteligencia.

Imposible no soñar con semejante redención.

Ella es el héroe.

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