Cultura

Ozores: una dinastía de cómicos

Cinco generaciones de cómicos, que se remontan a mediados del siglo XIX, latían en el corazón ahora parado para siempre de Antonio Ozores. Los antepenúltimos de estas generaciones fueron sus padres, los actores Luisa Puchol y Mariano Ozores Francés. Los penúltimos fueron los tres hermanos José Luis (cuya muerte temprana lloró toda España), Mariano y Antonio. Y los últimos son Adriana y Emma. Seguirán pues sobre los escenarios los Ozores después que ayer se parara el corazón de Antonio, enlazando el siglo XIX y el XXI a través de una de las más largas y populares dinastías de cómicos.

Aún niños los tres hermanos trabajaban junto a su padre en espectáculos como Los cuatro ozoritos. La familia hacía de todo: teatro, revista, variedades. Y cuando llegó la hora del cine, películas. Unas mejores, otras peores, una pocas estupendas y todas divertidas. No siempre con el humor más fino, desde luego; pero es que venían de lo más duro del teatro en los años más duros. Si tocaba lo bueno, mejor; si tocaba lo malo, a procurar mejorarlo. Y punto. Fellini adoraba a estos cómicos de lo que en Italia se llama avanspettacolo y varietá: de allí sacó a Aldo Fabrizi para proponérselo a Rossellini como intérprete de Roma città aperta. Los cómicos españoles, cuando llegó eso del Nuevo Cine, casi no tuvieron fellinis que aprovecharan su talento. Pero antes sí. En los años 40 y 50 grandes directores como Sáenz de Heredia, Neville, Fernán Gómez, Berlanga, Forqué o Lazaga les dieron los papeles que merecían.

Precisamente con Edgar Neville, en la espléndida El último caballo, debutó Antonio Ozores en el cine. No es casual que sus mejores interpretaciones las hiciera entre 1950 y 1970, destacando joyas mayores o menores como Esa pareja feliz, Los ladrones somos gente honrada, Manolo guardia urbano, Muchachas de azul, 15 bajo la lona, Los tramposos, Las dos y media… y veneno o ¡Cómo está el servicio!. Y para qué seguir. 167 películas, 210 obras de teatro y la invención de un tipo surreal en la estela de La Codorniz son su legado. "He estado rodando hasta tres películas a la vez -decía hace poco-, y cuando actuaba con las compañía de mi padre teníamos hasta cuarenta comedias, así que confieso que muchas veces he salido al escenario y me he tenido que mirar el traje para saber que tenía que decir, ya no sabía sí era el abogado, el preso o el malo… He hecho películas muy malas, porque tenía que pagar el apartamento y dar de comer a ésta (por su hija Emma)".

No se trata de decir de Ozores, ahora que ha muerto, lo que no se le dijo en vida. La crítica y quienes otorgan los premios deben (debemos) tener una mala conciencia para con los Ozores que a lo peor se desahoga demasiado tarde en elogios desmedidos. Pero hay que reconocer que escuece pensar que sus películas eran ignoradas -tanto las buenas como las malas- cuando se babeaba ante los bodrios de la Escuela de Barcelona, por poner un ejemplo de pedantería insoportable. La venganza es que ya sólo los ayatolá con turbante de celuloide son capaces de tragarse Ditirambo o Dante no es únicamente severo, mientras lo mejor del humor de Antonio Ozores, y con él el legado de la dinastía, sigue vivo y hace reír.

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