Teatro

Mira quién baila

Puede verse Seis clases de baile en seis semanas como una obra al rebufo del éxito del reality televisivo Mira quién baila, curioso programa que consiste en hacer que un grupo de famosos y famosetes se conviertan en danzarines por un día aunque no tengan ni idea de lo que es dar unos pasos medianamente sincronizados. Claro que ellos encima se embolsan un pasta por los esfuerzos, mientras que la protagonista de la obra, la señora Harrison, al menos paga por las lecciones. Aunque estas dejaran de ser pronto de baile y serán más humanas. Es curioso ver esta obra tras el show electoral estadounidense del pasado martes, pues sus dos únicos personajes representan de alguna manera las dos opciones que se vieron las caras en las urnas. La señora Harrison es una viuda de un predicador radical baptista y se ha ido a vivir al paraíso de los jubilados ultraconservadores (al menos hasta que el ciclón Obama le dio la vuelta) como es Florida. Su profesor de baile es un deslenguado homosexual que no tiene mucho que agradecerle a la gente como su alumna.

Pero a pesar de ello entre ambos nace una relación surgida de su mutua soledad y sus heridas emocionales incluyendo muertos dolorosos. La idea de la decadencia, la vejez y la muerte recorre el montaje, con el contraste entre el vital profesor y su enferma alumna. Pero Seis clases de baile en seis semanas es un espectáculo en el fondo afable, demasiado afable. Esta claro que su target, que dirían los publicistas, es el público de la tercera edad, que puede verse muy confortado con esta vitalista anciana y su lujoso tren de vida, pues es capaz de cambiarse de lujuriosos vestidos en cada secuencia de la obra. Los conflictos que surgen entre los dos nunca llegan a la sangre y se impone la dulzura un tanto facilona. Lo peor es que uno ya se huele todo el texto desde los primeros minutos y por donde van a ir los tiros, con lo que la capacidad de sorpresa es nula.

Y esta claro que en una obra así, con dos personajes, los actores son una baza crucial. Lola Herrera se limita a poner el piloto automático en un personaje que a estas alturas de su gloriosa carrera no debe ofrecerle muchos estímulos como intérprete. Con lo que el que se lleva la palma es Juanjo Artero, que además de beneficiarse de la mayor fuerza que tiene sobre el papel su profesor de baile, saca más matices de su rol. Ambos fueron muy aplaudidos, pues al final Seis clases de baile en seis semanas es como Mira quién baila, se agradecen los esfuerzos más que los resultados.

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