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Crítica de Cine cine

Marca España

toro

Thriller, España, 2016, 100 min. Dirección: Kike Maíllo. Guion: Rafael Cobos, Fernando Navarro. Música: Joe Crespúsculo. Intérpretes: Mario Casas, Luis Tosar, José Sacristán, Ingrid García Jonsson, Claudia Canal, José Manuel Poga, Luichi Macías, Alberto López, Nya de la Rubia. Cines: Bahía de Cádiz, Bahía Mar, San Fernando Plaza, Sanlúcar Al Andalus, Las Salinas, Yelmo, Odeón.

Viendo Toro, segundo largo del nuevo niño mimado de la industria Kike Maíllo (Eva, Tú y yo), uno no puede evitar acordarse de Michael Mann, Nicolas Winding Refn o del Bigas Luna de Huevos de oro, referencias visuales y genéricas explícitas del filme; pero tampoco de esos caldos "de Valencia" que se venden como buen "vino español" en los supermercados de media Europa.

Toro copia y aglutina diseño visual y sonoro a la moda (títulos de crédito, localizaciones, noches digitales de neón que hemos visto ya en Collateral, Miami Vice, Drive o Sólo Dios perdona, banda sonora retro-cofrade que rememora la electrónica de los setenta) y un compendio de tópicos de lo español, de la simbología del mundo taurino a la imaginería religiosa, pasando por la monstruosidad urbanística del pelotazo y la corrupción impune en la Costa del Sol, para integrar en el vistoso conjunto una superficial y arquetípica historia de hermanos, lealtades, traiciones, desafíos y venganzas marcada por el destino y la fatalidad como motores básicos y elementales para su progresión narrativa y su crescendo de violencia de manga.

A los ojos de un espectador extranjero, Toro podrá ser vista como una reescritura de la quintaesencia de lo español en una fórmula de género eminentemente posmoderna, incluso dará carnaza a los profesores anglosajones que acuñaron la etiqueta de "blood cinema" para sus papers académicos sobre nuestro cine.

A los ojos del crítico local, Toro evidencia sin embargo su condición de pastiche que articula todos esos tópicos, arcos dramáticos y estereotipos (del pérfido mafioso al hermano macarra, pasando por el protagonista animal, y dejemos a los personajes femeninos, como siempre, a un lado) hasta tal grado de simplificación que, incluso en su apuesta altamente estilizada con apuntes realistas, hace saltar las alarmas del ridículo por exceso de pretenciosidad e impostura cultural.

Toro se nos antoja así como una nueva propuesta para la operación "marca España", en la que a poco que se rasgue bajo su superficie, será difícil encontrar otra cosa que no sean trucos y efectos de guión, frases lapidarias, personajes y pasiones unidimensionales que, en el colmo del desahogo, utilizan además como pretexto la España de la crisis para darle cuerpo a un traje de luces que no lo tiene.

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