Manu Herrera pertenece a una especie en extinción en nuestro país, la de los guitarristas sin complejos. Difícil de encasillar y alejado de las corrientes mainstream (populares), lleva toda la vida mezclando estilos y corrientes para dar lugar a un universo guitarrístico tan singular como sugerente.

Para que se hagan una idea: comenzó con el flamenco cuando aún no levantaba dos palmos del suelo; con la adolescencia se centró en la psicodelia de Pink Floyd o el virtuosismo de Mark Knophler; y durante su juventud se interesó por los riffs y las fugas de Satriani o Yngwie Malmsteen. El resultado de tan compleja e indigesta formación se tradujo en un estilo bien definido, que genera atmósferas y se adentra en la narración instrumental. El funky, el jazz, el country, el new age o incluso la música celta van de la mano en las composiciones del artista que llega a la Supersonic con Waiting for the rain.