arte

Mágicas propuestas en formatos pictóricos apasionantes

  • El artista plástico Juan Ángel González de la Calle expone simultáneamente en la galería Benot en Cádiz y en la galería Manolo Alés de La Línea

Hemos visto a Juan Ángel González de la Calle en muchas situaciones pictóricas; su dilatada carrera ha dado para mucho y siempre ha demostrado su solvencia creativa y sus inconmensurables maneras artísticas en muchos asuntos en los que han sobresalido sus contundentes desarrollos compositivos, patrocinados por una técnica determinante que lo posibilitaba para cualquier acción por dificultosa que ésta fuere. Por eso no nos extraña que en estas dos comparecencias paralelas en el tiempo, desentrañe dos planteamientos estéticos totalmente diferentes, de muy dispar naturaleza plástica y conceptual y desencadenando episodios creativos totalmente diferentes pero llenos, los dos, de igual compromiso artístico.

En La Línea, el pintor jerezano mantiene los esquemas que ya habíamos visto en anteriores exposiciones, con la realidad sacada de su contexto habitual y patrocinando un nuevo concepto ilustrativo donde los personajes, las situaciones, los ambientes, las acciones y los actuantes, pierden sus conexiones representativas para adoptar un nuevo sentido de más abierta significación, jocosa estructura ilustrativa e infinitos matices. De nuevo, Goku, el personaje animado que tanto gusta a mis alumnos y quienes me han dado el nombre, se enfrenta a un blindado en actitud heroica, una habitación de estilo -tan recurrente en la obra de Juan Ángel y que tantas veces ha pintado con multitud de variantes siempre felices- mantienen un diálogo de imposibles con un festivo carrusel y, así, muchas charlas inútiles entre propuestas extremas que sintonizan y crean un mágico juego donde la verdad no es más que un feliz e inteligente accidente.

González de la Calle sigue interviniendo la realidad, cuestiona su contexto y abre las compuertas de la imaginación para crear estados de complicidad, para que se produzca una atípica descontextualización de elementos que generen desasosiego, a la vez que un desafío significativo, lleno de jocosidad, ironía y trasgresión.

Pero si en La Línea, la realidad pierde sus conceptos habituales para adoptar nuevos e intensos géneros interpretativos, en la galería de Fali Benot, lo más inmediato asume su máxima potestad. El artista ha abandonado los felices estamentos de una ensoñación que crea la mayor incertidumbre; para situarnos en los horizontes cercanos de la playa, para mostrar una realidad que no admite más vuelta de hoja que la que indica su contundente desarrollo visual. Pero, no obstante, González de la Calle nos presenta una afortunada manera de acondicionar el desarrollo ilustrativo de esa realidad. Si sus obras coloristas no son nada más que acertadas ilustraciones de un momento que el autor capta con brillantez, donde, de verdad, se formula una extraordinaria manifestación pictórica es en esos paisajes esquemáticos, ajenos a cualquier intención cromática, que desarrollan todo el poder expresivo en unos mínimos planteamientos plásticos. Son paisajes costeros sutilmente llevados al soporte con una gran economía pictórica pero con un absoluto y resolutivo planteamiento artístico.

Si el González de la Calle que conocemos, siempre se ha caracterizado por su contundencia formal, generada desde su determinante capacidad dibujística y su extrema facilidad para componer ilusionantes escenas, en estas obras, el artista, asume una nueva dimensión y ejercita una apasionante realidad, aderezada con escuetas pinceladas que promueven infinitos registros representativos en los que la expresión alcanza máximos absolutos de extrema brillantez.

En la exposición de Benot, hemos contemplado al González de la Calle más libre, con mayor ímpetu plástico y asumiendo toda la potencialidad de una pintura expresiva, abierta y llena de vida.

Dos nuevas comparecencias del pintor jerezano que dejan constancia, una vez más, de su emocionante e ilusionante capacidad pictórica. En La Línea la realidad crea incertidumbre, el contexto ha sido sometido a todo un juego de imposibles intenciones. En Cádiz, lo mínimo crea un portentoso escenario donde se desarrollan los límites, también imposibles, de lo real sutilmente construido.

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