Cultura

Juan Muñoz: las esculturas del silencio

  • El Guggenheim acoge una antológica del autor español apadrinada por la Tate Modern

La soledad era esto. En la muchedumbre o pegado a la pared. El madrileño Juan Muñoz esculpió los sonidos del silencio hasta que la muerte se cruzó en 2001 en su fulgurante trayectoria, cuando tenía 48 años. Considerado como uno de los creadores españoles más singulares de finales del siglo XX, la Tate Modern de Londres le ha dado rango de arte mayor a su legado, que vuelve a España por la puerta grande del Guggenheim. Una antológica que después se podrá ver en el Serralves de Oporto y en el Reina Sofía de Madrid.

La exposición, comisariada por Sheena Wagstaff, jefa de la Tate Modern, tuvo 95.000 visitantes en la capital británica, y en Bilbao ha sido enriquecida por las posibilidades que le permite el museo. Para ello han contado con Carmen Giménez, la primera directora del Museo Picasso Málaga, que ha asumido la puesta en escena de las obras. Es fundamental el concepto de puesta en escena porque la mayor parte de las esculturas de Muñoz ya son una propuesta escénica en sí mismas. Ambas nos explicaron ayer la muestra ante la cómplice mirada de la donostiarra Cristina Iglesias, viuda del artista, y el valenciano Vicente Todolí, director de la Tate Modern, en la cresta de la ola como gestor. Todos han arrimado el hombro para darle a Muñoz su lugar en el mundo del arte.

Hay caminos paralelos entre Juan Muñoz y Richard Serra, aunque sus estilos sean tan distintos. Serra presentó a Juan Muñoz a Carmen Giménez, en 1979. En la primera Bienal de Arte de Sevilla, en 2004, las dos primeras obras que se encontraban en el Monasterio de la Cartuja eran The Union of the Torus and the Sphere, escultura de acero de Serra, y el Descarrilamiento, la última creación de Muñoz. Y ahora, en el coloso bilbaíno, toda una planta está ocupada por sus esculturas e instalaciones, en un recorrido que permite asomarse al monumental conjunto La mirada del tiempo, de Serra.

Manuela Mena, en el catálogo, apunta los ecos que hay de Velázquez y Goya en algunas obras de Muñoz, un artista que no eludió explicitar influencias de T.S. Eliot, Borromini o Pirandello.

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