Cultura

Javier Ruibal canta en su casa

  • El cantautor ofreció dos conciertos en el café teatro Pay Pay el fin de semana

En el escenario Javier Ruibal corre el aire a tutiplén. El trovador tiene los pies fríos y la garganta bien caliente. Fuego. Fuego y deseo. ¿Arde Barcelona? No, arde Cádiz, arde el Pay Pay. El trovador tiene los pies fríos. Abajo nos asamos. Como en el infierno, pero en el paraíso. ¿Será el paraíso así, cálido? ¡Unos calcetines gordos para el muchacho! Que aquí, aquí abajo, lo escuchamos con la piel en llamas, prendidos de su voz de un tiempo, de un lugar, de todos los tiempos, de todos los lugares. Una voz que, una vez más, vuelve a casa, y, más que nunca, a su casa. Escenario Javier Ruibal. Así se llaman las tablas del mágico local de la calle Silencio. Silencio, que canta el maestro, con los pies fríos, en casa.

Era sábado, pero también podría haber sido viernes. No hay entradas. Ya no hay. Vámonos pronto a coger mesa. Caían las nueve, la cola rozaba el arco del Pópulo. Hoy canta Ruibal. Se hizo esperar, media hora arriba, cuarto de hora abajo. Mientras, el público calentaba voces. Villancicos, que es la época. “María, María, ven acá corriendo...” Cosas de Cádiz. Cantaores, cantautores, poetas, periodistas, políticos, amigos, conocidos, aficionados de toda la vida y de nuevo cuño formaban el heterogéneo público. “Hacia Belén va una burra...”

Bulla, jaleo, explosión de aplausos y silencio. Calle Silencio. Silencio, canta el maestro. Armado sólo con su guitarra impone la ley del silencio, del respeto. La ley del deseo. Deseo. Sed de canciones. Bebemos los acordes como agua en el desierto. Como “aviso de puñaladas”, las primeras notas de La canción del contrabandista desfloran las almas.     

Ruibal hila fino el repertorio. El genial Lo que me dice tu boca conforma el basamento de un recital cosido con abriles, besos, mares y lunas. Universo ruibalero. También tira de otras creaciones de un cancionero con tres décadas de veteranía y, como es habitual en el cantautor, de las peticiones del público.  

Hila fino, repetimos, porque no se le escapa nada. El músico hace del recital una onda que comienza con temas tranquilos, serenos e íntimos para, poco a poco, subir la intensidad y procurarnos una excusa para mover los pies, las cabezas. Una onda. Mejor, una ola, que arrolla corazas y poses. Una ola que refresca. Ay¡ Toíto Cai y lo que queda, Habana mía, La bella impaciente, La Reina de África, Lo que me dice tu boca... ¿Saben a qué me refiero? Sí, como alcanzar el culmen placentero tras un rosario de caricias. Caricias como Besos en abril, Aurora –pedida hasta la saciedad por el respetable–,  Náufrago del Sáhara,  Agualuna, Guárdame...

Y así nos bebimos la noche. Cerca de dos horas con el músico de los pies fríos y la voz cálida. El compositor que no cesa. Que sigue creando y que nos regaló dos nuevas canciones. Canta en casa. Estrena en casa.

Ruibal en acústico te canta al oído. Con potencia, entiéndase, pero con dulzura, con honestidad. Desnudo de artificios. Con una garganta, de ningún tiempo, de ningún lugar. Mimbres arraigados en los vientos de una orilla pero que sueñan con la otra. Letras de todas partes, de su mundo, un mundo que se expande para abrazar lo global y que se encoge para respetar lo particular.

¡Qué buena noche! ¡Qué bonita noche! Y termina. Pero no. Vuelve con Tu nombre, con La Flor de Estambul, con Atunes en el paraíso – con la colaboración de Palomar y Lobo, al pito de caña–, vuelve a casa. Por Navidad. La que pasará en Belén. Cantando a los palestinos. Bueno, a los que puedan ir, a los que dejen desplazarse. Mientras, su escenario lo aguarda para la próxima.

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