Cultura

"Escribiendo 'Ganas de hablar' he tenido la sensación de cerrar una etapa"

  • Aunque asegura que nunca cambiaría su mundo personal por "imperativos externos", el autor se muestra satisfecho con lo alcanzado y considera la opción de hacer algo "tan distinto que no parezca mío"

El Cigala lleva toda la vida haciéndoles la Haute Manicure -y la terapia de gramática parda-a las "señoritingas de La Algaida". Vive con su hermana Antonia que, a falta de luz propia, le sirve de espejo en el que proyectar pensamientos, personajes y múltiples voces. El Cigala es, además, homosexual irredento. Decididos a homenajear su figura, las autoridades deciden otorgarle una calle. Y él, decidido a demostrar que vale más por lo que calla que por lo cuenta, escoge la calle Silencio. Para horror, por supuesto, de la cofradía del mismo nombre. El Cigala y sus historias -o lo que es lo mismo, Ganas de hablar- sirven de excusa para entrevistar a Eduardo Mendicutti (Sanlúcar, 1948) poco después de la presentación de su última novela.

-Ganas de hablar pero, sobre todo, de hablar en gaditano...

-Es verdad. Y aunque he consultado ciertas dudas en el diccionario o en El habla de Cádiz, lo cierto es que llevo mucho del lenguaje gaditano en la cabeza. Me siento haciendo justicia al respecto, porque la lengua coloquial andaluza, en general, ha tenido siempre mala prensa. Muy graciosa, pero cubierta de prejuicios. Además, yo estoy convencido de que a mucha gente le ha servido de mucho esta manera de expresarse, les ha servido para hacer frente a los malos momentos. Y merecía su sitio.

-Ganas de hablar pretende, entre otras cosas, reivindicar el humor como elemento digno de consideración. Olvidamos con frecuencia que es la gran arma de supervivencia. Un instrumento de catarsis.

-Claro. Y si ese tipo de lenguaje está lleno de humor no es algo anecdótico. Ese lenguaje no sólo sirve para divertirse: también es una herramienta para digerir el mundo.

-A pesar de ello, la novela tiene momentos desoladores...

-Precisamente, ese era el otro riesgo del libro. No es que la gente no se lo fuera a pasar bien leyéndolo, sino que se lo podía pasar demasiado bien y no reparar en los momentos duros de la historia. Un personaje como El Cigala a fuerza ha vivido experiencias terribles, momentos dramáticos. Se trata, de hecho, de hacer asomar ese lenguaje como recurso y contrapunto. Es un envoltorio frívolo, ligero... pero también es la manera que se tiene de acercarse a lo horrible, de poder contar lo tremendo. Creo que un lenguaje y un personaje como estos no han encontrado aún el lugar que les corresponde en el mundo y en la historia.

-La mayor parte de los escritores con nombre propio tienen también mundo propio. Y hay algunos que, de hecho, parecen haberse sacado en ellos el permiso de residencia... ¿Qué le hace ser fiel a su propio mundo? ¿Nunca tiene la tentación de cambiar de registro?

-Lo que es seguro es que yo nunca saldría de mi mundo personal por imperativos ajenos, por ceder al discurso de alguien que me aconsejara otro tipo de novela. Ya sabes, te dicen "a lo mejor si cambiaras de tema" o "escribes siempre en el mismo tono"... Si cambio en algún momento, será porque me lo pida el cuerpo... Pero, la verdad, he de decirte que escribiendo Ganas de hablar he tenido cierta sensación de estar cerrando una etapa. Que ya había cumplido, ya me había dado ese pequeño homenaje vital, lleno de aciertos, y necesidades, y personajes... y puede que, a partir de aquí, algo cambie. Y me ponga a hacer una cosa tan distinta que ni siquiera parezca mía.

-¿Cree que el hecho de tener una temática o una voz tan identificada puede ser una lacra? ¿O lo ha visto más bien como una ventaja?

-Bueno, el etiquetaje depende en gran medida de los demás...

-Pero la teoría del etiquetaje puede ser letal...

-Precisamente por eso. Lo malo no son las etiquetas: ninguna etiqueta es mala por sí misma. Una novela puede ser femenina y nadie tendría por qué sentirse ofendido por esa denominación. Lo malo son los prejuicios que acompañan a las etiquetas. Y así, por ejemplo, una novela femenina es inmediatamente sentimental, ñoña, cursi... Más aún si de lo que hablamos es de clasificaciones o géneros literarios: lo que implican éstos es una definición no una valoración. Todos los libros, fuera cual fuera la etiqueta con la que nacen, deberían tener derecho a ser leídos en las mismas condiciones que cualquier otro. Y es cierto que cierta literatura arrastra prejuicios importantes... pero al menos creo que los más jóvenes no tienen esa tendencia.

-La nota de autor, al final del libro, se refiere a una persona real como modelo de inspiración para el protagonista. ¿Le ha hecho llegar el libro? ¿Sabe si lo ha leído?

-No, no tengo ni idea... A veces me arrepiento de haberlo mencionado porque, la verdad, es que ni siquiera he hablado nunca con ese hombre. Un tipo muy conocido en mi pueblo del que todo el mundo cuenta historias y anécdotas ... Pero nunca he hablado con él ni he querido hacerlo. Tener sus referencias sí que me ha servido para pensar que, algún día, le tendría que inventar una biografía. Porque es una vida completamente inventada. De hecho, estoy algo preocupado, porque empiezo a pensar que, dentro de poco, comenzará a llamar la gente que empieza a ver y sobrentender cosas que ni sé ni he querido sugerir aquí... como ya me pasó con El palomo cojo.

-Hay nombres de calles que más de uno podría pensar en adjudicarse. Las calles del Silencio tendrían muchos novios, imagino. Y supongo que también la Desolation Row de Bob Dylan...

-Sí, por supuesto que a la calle Silencio le saldrían muchos novios... A propósito, qué fantástica coincidencia que el local del que habla precisamente Pasión Vega en La reina del Pay-Pay esté en una calle Silencio de verdad...

-Cierto, no lo había pensado... En Cádiz hay otra calle de nombre evocador: la Soledad Antigua.

-Otro nombre de Hermandad, como en mi libro... desde luego que la soledad antigua tendría que ser terrible. La soledad moderna... es una cosa muy diferente.

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