Cultura

Escenas de altura en la pantalla

  • El cine está cuajado de películas en las que esta infraestructura juega un papel esencial: películas bélicas como 'El puente sobre el río Kwai' o románticas como 'Los puentes de Madison'

Se supone que en algún momento de 2012 el reactivado puente de la Pepa tendrá su desfile de autoridades para dar después el paso a un eterno deambular de vehículos que no cesará nunca. Al fin y al cabo ese es el objetivo de los puentes, salvar barrancos, ríos y mares para unir puntos. Una finalidad que también puede ser simbólica, pues "tender puentes" es una expresión que admite muchos matices en castellano, desde el amor hasta la buena vecindad. Sin embargo, el cine no ha utilizado muy positivamente la figura de los puentes, pues ha sido preferentemente objeto del género bélico. Y ya se sabe que el objetivo no es siempre mantenerlos en pie, sino todo lo contrario: hacerlos saltar por los aires para que el ejército enemigo no pueda cruzarlos. Esto, sobre todo en la Segunda Guerra Mundial, generaba carreras entre los asaltantes en sus vehículos blindados y los ingenieros que tenían que esperar hasta el último minuto para volar los puentes delante de las narices de los enemigos. Y es lo que tienen estas obras de ingeniería. Se tarda mucho en levantarlas, pero una buena carga de explosivo bien colocada y en segundos lo que era un dechado de líneas armónicas se convierten en pura chatarra.

Tal vez las dos películas más emblemáticas de este tipo sean El puente sobre el río Kwai y Un puente lejano. La primera significó el salto del gran David Lean de las películas inglesas de presupuesto medio a ser el rey de los épicos de calidad, con mensaje. Fue una película bastante adelantada para su época, pues rompía el maniqueísmo del género bélico. La cohabitación del coronel Nicholson con los japoneses parecía una sátira de todos los que habían colaborado con los nazis y los invasores del sol naciente por mantener el orden. A él se unía el vividor Shear, donde William Holden ampliaba y aumentaba su cínico personaje de la wilderiana Traidor en el infierno. El puente, inolvidablemente volado al final con un tren que pasaba, era un símbolo de la estupidez humana disparatada en tiempos de guerra.

Por su parte, Un puente lejano, expresión que ha hecho fortuna, es de algún modo la apoteosis de los puentes en los filmes de guerra, pues a falta de uno hay cinco. El film adaptaba un best seller de Cornelius Ryan en el que contaba el fracaso aliado en la operación Market Garden, lanzada en septiembre de 1944. Confiados en la retirada alemana tras el desembarco de Normandía, se trataba de lanzar un asalto paracaidista en Holanda, capturar una serie de puentes que culminaban en el de Arnhem sobre el Rhin y lanzar por ellos un ataque terrestre que entrase en Alemania y acabase la guerra en semanas. Los angloamericanos pagaron muy caro su exceso de confianza y su desastre quedó reflejado en esta superproducción de 1977, dirigida por Richard Attenborough y que fiel a la filosofía de los 70 se rodó en los escenarios naturales de la acción -con muchos problemas con las autoridades holandesas, reacias a cerrar el tráfico para la filmación- y contó con un reparto cuajado de estrellas. Robert Redford se unió a los actores que en esa década cobraban una millonada por ceder su cotizada cara unos minutos.

Curiosamente, ocho años antes de este emblemático film hubo otro, más modesto, que contaba un éxito aliado en este sentido. Se trataba de El puente de Remagen, sobre la milagrosa captura de un puente ferroviario sobre el Rhin en las últimas semanas de la guerra, que permitió a los angloamericanos entrar en Alemania a rematar la faena. En realidad, fue volado, pero el explosivo debía estar defectuoso y no estalló con la suficiente fuerza como para derribar la estructura, aunque eso no salvó al desdichado oficial alemán al mando de ser fusilado por orden directa de Hitler. El film era un hijo de los descreídos sesenta, pues ponía en solfa el heroísmo y demás virtudes militares.

Otros films preferían atacar los puentes desde el aire, como el mediocre melodrama Los puentes del Toko Ri, donde volvemos a encontrar de nuevo a William Holden como un piloto empeñado en derribar unos puentes en la guerra de Corea, aunque aquí contaba más que la milicia su relación con una Grace Kelly sin un Hitchcock está vez que la realzase. Pero es curioso ver como la idea de El puente sobre el río Kwai de ver en estas obras de ingeniería un símbolo del absurdo de la guerra -construir para destruir- prosperó de forma colateral en Sergio Leone, que en su western bélico El bueno, el feo y el malo introdujo un episodio en el que un grupo de nordistas atacaba un puente que era como el mito de Sísifo, pues nunca se podía conquistar y costaba muchas bajas. Clint Eastwood y Eli Wallach ponían su torticero sentido común y lo volaban. Muerto el perro, acabada la rabia. Esto le debió gustar a Coppola, tanto que robó la escena para nada más y nada menos que Apocalypse Now. Se recordará que Willard llegaba en su peregrinar a un puente que según uno de los tronados soldados allí presentes se construía por el día para que Charlie lo destrozase por la noche. Pero a la luz del día, hora de las fotos y los reportajes, el mando decía que el camino a ningún sitio estaba abierto. Ecos de esto llegan a Pérez Reverte y su Territorio comanche, hecha cine por Gerardo Herrero, con su cámara obsesionado por captar la voladura de un puente convertido en objeto de espectáculo televisivo a la hora de la cena.

Como se ve, los puentes son objeto de metáforas bélicas, como en el clásico film alemán que se llama con típica concisión germánica así: El puente. En él se narra cómo un grupo de adolescentes alemanes son reclutados en los días finales del III Reich para defender una de estas construcciones, en un film con una gran carga pacifista. Pero hay otro sector de películas que fuera de los frentes de batalla usan los puentes para el romanticismo, jugando con que en el fondo son lugares de paso. El clásico de 1940 El puente de Waterloo une los dos aspectos, el romántico y el bélico, con Robert Taylor y Vivien Leigh enamorándose en este monumento londinense en tiempos de la I Guerra Mundial. Aunque los puentes románticos por excelencia para una generación son los de Madison, realizados hace 15 años por Clint Eastwood. Una triste historia de amor otoñal y sin esperanza con unos puentes de madera que esta vez no conectaban nada, sólo estaban allí como doloroso recordatorio de una relación que no se consumó. A veces los puentes cinematográficos no son de acero y metal ni presentan estilosas líneas. Es lo que ocurre con El puente de San Luis Rey, discreta adaptación multinacional -parte se rodó en Málaga- de la celebrada novela de Thorton Wilder. Era un puente colonial de madera que adelantándose a modernas ficciones unía la vida de una serie de personajes que morían al hundirse (no habría muchos test de calidad entonces). Robert De Niro y Harvey Keitel estaban entre los afectados.

Por último, los puentes pueden ser símbolos de una ciudad. Innumerables las veces que han salido en cine los de Nueva York, el Golden Gate de San Francisco -hasta Hitchcock usó su impresionante estampa en Vértigo- o el de la Torre de Londres. Tal vez cuando el de la Pepa esté rematado, algún cineasta podría inmortalizarlo como hizo Woody Allen en su emblemático plano de Manhattan. Y esperar que ninguna futura guerra lo convierta en un objetivo a demoler.

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