Cultura

Enrique Ponce y El Cid indultan dos toros y Castella corta tres orejas

  • Se jugó un gran encierro de Torrestrella, bien presentado y dando juego hasta el punto de que el cuarto "Flor de Almendro" y el quinto "Alcoholero" fueron indultados tras la petición mayoritaria del público

Tarde histórica en la plaza del Pino de Sanlúcar de Barrameda con dos indultos pedidos mayoritariamente por el público, y dos beneficiarios, un "Flor de Almendro" número 108 y un "Alcoholero" número 109, ambos con el pial ganadero de Torrestrella marcado a fuego en el anca derecha.

Tarde histórica para el ganadero, por el singular doblete y el juego en general de la bien presentada corrida, y tarde histórica para Sanlúcar con el único pero del escaso aforo de no alcanzar la media plaza, insólito para un cartel de figuras con un hierro de garantía como este, y muy nocivo para una plaza donde esta misma empresa anunció una vez un cartel con Curro Romero, José Tomás y Morante y hubo el mismo a foro. Lo peor es que buena parte del público era foráneo. Dorado tiene trabajo en Sanlúcar para resolver un problema que no admite más soluciones que carteles como el de ayer.

Porque hubo tres figuras del toreo pisando la plaza con dominio, profesionalidad y torería. Y hubo un encierro con casta y alegría, que se movió y que, aliado con las maneras de la terna, llevó al público al delirio colectivo, nada menos que la petición de dos indultos seguidos, entre un clamor de palmas por bulerías.

Un éxito de Torrestrella y un éxito de Ponce, El Cid y Castella. Porque si bien el indulto del cuarto toro fue fruto del trabajo de Ponce, que creyó en el animal, lo fue metiendo poco a poco en la canasta a la vez que el toro se crecía y se venía arriba, mimado e imantado por el temple de la muleta del valenciano, el quinto fue indiscutiblemente un toro de vacas, con recorrido, que galopaba hasta reponerse más allá del engaño, dejando que la prodigiosa muñeca de El Cid compusiera, una vez más un virtuoso recital de naturales de mucho calibre.

La fiesta consiste en agradar al público y el respetable se manifestó con gran mayoría por perdonarle la vida a estos dos toros y ya se sabe que desde hace mucho tiempo la voz del pueblo es la voz del cielo. La gente salió pegando pases de la plaza.

El primero de la suelta, que se empleaba pero con la cara arriba, le hizo tres extraños a Ponce en la faena de muleta, que el valenciano resolvió muleteando con tesón y rodando al toro de una estocada sin puntilla. La contundencia con la espada fue serio argumento para la oreja.

El segundo de la suelta poco prometía, falto de fuerzas. En el caballo utilizó el pitón izquierdo y fue difícil para la franela de El Cid, gazapón, unas veces haciendo hilo, otra buscando los tobillos, arrancándose a sorprender... el garbanzo negro de la corrida. El saltereño abrevió.

El tercero dio muy buen juego para el concepto de Castella. El Francés compuso una faena larga, con la irregularidad de los desarmes al citar al natural que le hicieron desistir por ese pitón. Pero por el derecho, diabluras agarrado al estribo y series muy estrechas al final de la faena, otra estocada sin puntilla y dos orejas.

Al cuarto lo fue construyendo Ponce, un toro con nobleza que se vino arriba y que el torero cuidó, templó y engolosinó en la muleta para una creciente faena de muletazos hondos sobre la mano derecha y pinturerías por la izquierda, el pitón menos potable del toro, pero que sin embargo fue singular para las filigranas. Ponce toreo a placer con la plaza rugiendo: un gran espectáculo.

Pero habría más con el quinto, toro con tranco, recorrido, alegría y nobleza para un torero que también lo bordó. El Cid se superaba a sí mismo en una faena de más a más por naturales. Increíble. Torazo y torerazo.

Castella puso broche a la tarde cortando la oreja del sexto, noble pero parado, recurriendo a las series de circulares invertidos ligando por la cara sin moverse, con máxima quietud. Punto final de una gran tarde de toros.

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