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Cultura

Eclecticismo, minimalismo y buen gusto

Si el sinfonismo representa lo espectacular en música, el cuarteto clásico en cambio supone lo esencial y sucinto, un género que tardó en aparecer en la historia de la música sin que se pudiera hablar de él antes de finalizar el siglo XVII. Nació como género popular, con raíces de la serenata y el divertimento, y fue Haydn quien lo estableció como la música de cámara por excelencia. Pues bien, olvídense de todo lo anterior porque Kronos Quartet, el cuarteto de cuerdas con el que arrancó el jueves el XXIV Festival Internacional de Música Manuel de Falla, nos propuso un programa en donde se mezclaron estéticas y estructuras que nada tenían que ver con las de aquellos tiempos, cuando Beethoven cumplidos ya los 30 años diría aquello de: "Ahora he aprendido cómo escribir cuartetos adecuadamente".

Sencilla, pero efectiva, resultó la puesta en escena del concierto, o, si se prefiere, del espectáculo: un telón en el fondo cambiando por momentos de color suavemente (programado por ordenadores, suponemos), y una tarima en el centro del escenario en donde se ubicaban los cuatro músicos bañados por una luz cenital. Los demás sonidos, los que producían los cuatro músicos y los que estaban de antemano grabados; unos y otros sometidos en cuanto a volumen al técnico de sonido que en el fondo del teatro manejaba la mesa mezcladora.

O sea, se nos proponía una de las variantes de la música electroacústica, muy parecida en la ocasión a las Variaciones rapsódicas para magnetófono y orquesta, de Ussachevsky, la obra de la que Leopoldo Stokowski diría en su estreno allá por los años 50 del pasado siglo que el músico creador no seguiría el camino del papel pautado, sino que daría forma al sonido de una manera directa. Profecía que de momento no se ha cumplido.

De esas dos fuentes sonoras la que verdaderamente emociona es la de los intérpretes, de indiscutible profesionalidad y de una pureza de rara inspiración y expresividad; la otra, la grabada, suele ser una variante del bajo continuo tradicional en donde el ritmo obsesivo de un pedal minimalista, con superposiciones de sonidos desnaturalizados, consigue en ocasiones una misteriosa atmósfera cósmica, pero que al rato de reiterarse va dejando de interesar a causa de diluirse la sorpresa inicial. Sería imposible, entonces, referirnos a una obra en particular, ya que el concierto se nos queda en la memoria como un todo lineal y único, tal una obra hecha de otras tantas obras, algo consustancial con esa música. Bellísimos ciertos rallentandos acompañados de una luz disminuyendo poco a poco hasta apagarse en un largo y absoluto silencio. Indiscutiblemente nuestros oídos han ido adaptándose a timbres y distorsiones sonoros que hasta hace poco se pateaban. Fue una lástima que el aforo del teatro no se llenara.

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