Cultura

Dentro del laberinto

Drama, Argentina-España, 2012, 110 min. Dirección: Pablo Trapero. Intérpretes: Ricardo Darín, Jérémie Renier, Martina Gusman, Federico Benjamín Barga, Mauricio Minetti. Cines: Bahía de Cádiz.

El cine de Pablo Trapero ha ido encontrando acomodo entre las formas convencionales de cierto realismo de ambiente marginal y temática social después de unos inicios (Mundo grúa, El Bonaerense) en los que primaba todavía una distancia externa y una clara voluntad no psicologista en el retrato (de acciones) de sus personajes.

Con Carancho, el hijo pródigo del Nuevo Cine Argentino lograba conciliar el minimalismo narrativo con las fórmulas del género (el cine criminal) y la presencia aparentemente extraña de la estrella por excelencia del cine local, un Ricardo Darín sometido a un vaciado de tics y verborrea que daba lo mejor de sí junto al director de Leonera o Familiarodante.

Elefante blanco prolonga este reencuentro y este idilio situando a Darín como cura comprometido en uno de los barrios más deprimidos de Buenos Aires, la Villa Virgen o Villa 31, un laberíntico espacio de chabolas, casas pobres y calles embarradas presidido por la imponente estructura de hospital abandonado (el "elefante blanco") en el que conviven vecinos, curas, drogadictos y delincuentes bajo la mirada atenta e implacable de la Policía.

En el disparadero de esta historia de utopías fracasadas, la llegada a la villa del joven padre Nicolás (Jérémie Renier, habitual de los Dardenne), rescatado por Julián (Darín) del mismísimo infierno del Amazonas en la excelente secuencia de arranque, cataliza la posibilidad de un relevo, de una continuidad, en esta dura labor social y evangelizadora. La película nos prepara así para esta posibilidad escrutando y atravesando sus espacios con poderosos planos secuencia, dando leves pinceladas del retrato individual (el tambaleo de la fe, la enfermedad, el pecado) y desplegando sus temas (las relaciones entre la institución eclesiástica y las instituciones municipales, el funcionamiento del crimen organizado, la droga entre los más jóvenes) sin cargar excesivamente las tintas, dejando que fluyan sin demasiado cierre previo, aunque, tal vez por esa misma razón, sin que nada acabe pesando realmente sobre el retrato de conjunto, que se decanta poco a poco hacia una épica-trágica que, puntuada por los acordes de Michael Nyman y clausurada con sendas escenas de masas, deja un regusto a cine político de otros tiempos movido más por los esquemas previos que por el compromiso y la complicidad entre la cámara y lo que tiene delante.

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