Cultura

Demasiado para Reitman

Comedia dramática, EEUU, 2014, 116 min. Dirección: Jason Reitman. Intérpretes: Adam Sandler, Jennifer Garner, Rosemarie DeWitt, Emma Thompson, Judy Greer, Katherine Hughes, Dean Norris. Cines: Bahía de Cádiz, Bahía Mar.

Lo indie tenía un precio: la ligereza disfrazada de cotidianidad que lo aproxima más a una especie de costumbrismo posmoderno que al realismo. Este precio hace difícil, por no decir imposible, que un director crecido en la ola indie -Jason Reitman, autor de Juno, Up in the Air y Una vida en tres días- pueda hacerse cargo de un tema tan grave como la paradoja de la soledad y la incomunicación en la era de la hipercomunicación a través de las redes sociales, de Facebook, del wasapeo o de la twitter manía. De antiguo se sabe que la peor soledad es la que se sufre en medio de las multitudes (y el cine la ha tratado desde La multitud de Vidor hasta la reciente Nunca es demasiado tarde de Umberto Pasolini). La novedad es la nueva soledad personal (el ciberensimismamiento), sexual (el ciberonanismo y el cibersexo) y familiar (todos atrincherados tras sus pantallas fijas o móviles) en medio de la nueva multitud virtual de las redes y de la multitud real de las ciudades. De esto trata la película de Reitman cruzando historias de dos generaciones.

El problema es que no tiene fuerzas para abordar estas cuestiones más que desde su epidermis, con un perjudicial desfase entre planteamiento (cósmico, casi) y resultados (una comedia sentimental de costumbres: amar en tiempos internaúticamente revueltos). De una parte se exagera el impacto de las redes como si fueran una plaga bíblica de la que no puede huirse, obligando a la abolición entre privacidad y exposición pública o confundiendo las relaciones reales y las virtuales (e incluso la realidad con la virtualidad). De otra, paradójicamente, se minimiza este impacto resolviendo algunas situaciones de forma excesivamente pueril o excesivamente dramática (dos expresiones opuestas de lo mismo: la simplificación). Ni las redes son tan malas y exigen finales tan dramáticos, ni quien cae preso de ellas puede retomar tan fácilmente la comunicación interpersonal no mediada por artefactos o reconstruir los espacios de convivencia dañados. Le falta a esta película esa media luz de la vida que es la clave del verdadero realismo.

Tampoco tiene Reitman fuerzas para plantear esta propuesta coral que mezcla demasiadas historias de demasiados personajes (pese a que estén bien interpretados) con demasiados problemas distintos, desde la anorexia a la impotencia pasando por la obsesión controladora, el descubrimiento adolescente del amor o la adicción madura al sexo. Siempre con la soledad y la incomunicación como bajo continuo. Demasiado para Reitman.

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