Crítica de Cine

Adolescencia caníbal

Destinada a convertirse en pieza de culto, Crudo se acerca al siempre estimulante y tantas veces explotado y estereotipado despertar adolescente (femenino) con un ojo puesto en el cine de género (vampírico) y otro en una cierta tradición autorial que tiene como más explícitos referentes aquella Carrie de Brian de Palma o la estética de la Nueva Carne de Cronenberg.

Una extraña, salvaje y apocalíptica Facultad de Veterinaria en mitad de ninguna parte hace aquí las veces de escenario para una grotesca escalada hormonal que se materializa en rituales de iniciación cuartelera, alucinadas raves nocturnas y una celebración de los cuerpos y los fluidos que apunta inexorablemente al relato alegórico sobre la eclosión del deseo, la libido y la emancipación.

La debutante Ducournau juega con el suspense y el fuera de campo, se libera de ataduras y se toma su tiempo en ir revelando el verdadero rostro confuso y hambriento de su protagonista, estudiante novata y vegetariana que se acabará mirando en el espejo deformante de su hermana mayor (quién dijo Freud) para lanzarse a la exploración de un más allá de placer, sangre, resaca y vísceras no apto para retinas sensibles.

Hay mucho humor negro y bastante retranca en este festín devorador, lisérgico y erótico, trasunto evidente de un periodo de autodescubrimiento y cambio que Ducournau se empeña en contar desafiando los tabúes de la corrección política, el legado genético y las dinámicas institucionales.

Garance Marillier y Ella Rumpf se entregan con generosidad y sin pudor a esta danza macabra del sadismo, la mutilación y los inexorables lazos de sangre a la que tal vez podría objetarse cierta tendencia al ensimismamiento y un desenlace innecesariamente explícito.

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