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El silencio de Nelson Mandela

  • El líder espiritual del África subsahariana no ha realizado ningún comentario sobre la explosiva situación en Zimbabue y algunos se lo reprochan amargamente

Mientras que los líderes regionales del sur de África discrepan sobre qué hacer con Mugabe, hay un silencio que está creando un eco más poderoso que el discurso más incendiario: el de Nelson Mandela. Hasta el momento, el ex presidente surafricano no ha dicho una sola palabra sobre la crisis en Zimbabue, y muchos se preguntan por qué.

Hace un par de semanas, el periodista británico Christopher Hitchens, un fogoso columnista de la revista Vanity Fair, le preguntó a una persona muy cercana a Mandela, George Bizos, por qué su líder había decidido callar. Después de todo, este legendario abogado defendió a Mandela en los duros días de la represión segregacionista, y recientemente representó al propio Morgan Tsvangirai, el líder de la oposición en Zimbabue.

La respuesta a la pregunta, aunque trivial, no dejó de sorprender a Hitchens: Mandela es un anciano a quien sus médicos le han aconsejado que no se meta en embrollos que le pueden causar estrés.

Hitchens no dudó en hacer al líder de la lucha contra la segregación racial "cómplice del pillaje" en Zimbabue. "Es el silencio de Mandela, mucho más que otra cosa, lo que golpea al alma" apuntó Hitchens en Slate, una publicación estadounidense de internet. Aunque no todos los que se preguntan sobre el silencio de Mandela usan un lenguaje tan incendiario como el de Hitchens, sí hay una mezcla de decepción y extrañeza ante la falta de una condena.

Este silencio puede tener varias explicaciones. Nelson Mandela se ha retirado de la política. A su edad -90 años, que celebrará el próximo viernes con un concierto en Londres- resulta perfectamente razonable que la respuesta del abogado Bizos al periodista Hitchens sea la razón real del silencio del líder.

Durante los últimos años, su relación con su partido, el Congreso Nacional Africano, el ANC, se ha limitado a una presidencia honoraria y simbólica. Hace mucho que no hace comentarios sobre la política interna de su país, la misma que ha experimentado suficientes turbulencias como para producir más de una opinión.

Los últimos años de su vida los está dedicando este guerrero al combate de la pandemia de sida que está asolando a Suráfrica y otros países del continente.

Pero al mismo tiempo, Mandela siempre ha mostrado una lealtad a prueba de balas con aquellos que apoyaron la lucha contra el sistema del apartheid, aunque ésta lo haya metido en alguna borrasca. Mandela nunca condenó el gobierno militar de Suharto en Indonesia o las actividades del líder libio, el coronel Muamar Gadafi, debido a que ambos países apoyaron la lucha contra la segregación racial en su país. Estas actitudes, como no podía ser de otra manera, ha dado lugar a críticas incluso por parte de quienes lo admiran. Éste puede ser el caso de Zimbabue.

Desde que la antigua Rodesia se convirtió en Zimbaue en 1980, Robert Mugabe, uno de los líderes independentistas más admirados de África, convirtió a su joven república en un refugio seguro de activistas del ANC. Nelson Mandela y Robert Mugabe pertenecen a la misma generación de líderes anticolonialistas que en su momento quisieron forjar, junto al ghanés Nkrumah y el congoleño Lumumba, un movimiento pan-africanista que nunca cuajó.

Es más, después de que Mandela dejara la presidencia en 1999, se embarcó en una campaña para ayudar a resolver los innumerables conflictos internos que asuelan a varios países africanos, como la guerra civil en la República Democrática del Congo, en cuya solución Mandela se comprometió en cuerpo y alma.

Zimbabue envió un contingente de mantenimiento de la paz de más de once mil soldados, un aporte militar al que se sumó la presión política para el logro de un acuerdo viable entre los bandos en conflicto. Todo esto podría explicar el silencio de Mandela.

Más allá de la retórica incendiaria de quienes lo acusan de complicidad, está la realidad inevitable de su edad, la pesada carga de 27 años de prisión y la percepción equivocada de que un gigante como Mandela puede solucionar todos los problemas.

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