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Monkey Week

La edad nos sienta tan bien

  • Neneh Cherry y Hawkwind regresan del pasado para agitar el Monasterio de la Victoria en la primera noche estelar del Monkey Week: ella, enternecedora; ellos, fascinantes. Dos grandes conciertos

Primer día de festival. Viento variable y flojo. Cielo mate y azul. A las siete de la tarde las terrazas están llenas. Parece que agosto ha vuelto a contratiempo y que los camareros tienen la sonrisa más amplia. Diversos grupos de personas hablan de sus cosas junto al Guadalete, mientras una manada de coches bufa para que alguien multiplique las dimensiones del parking.

Recoger las acreditaciones, reírte con una reproducción a tamaño natural de un Slash de cartón apoyado contra el tallo de un árbol muy breve advertir que algo ha cambiado. Por primera vez se ha adoptado la costumbre de visitar los stands de las discográficas aunque no se tenga la más mínima noción acerca de qué pueda ser una discográfica o la independencia musical. El Monkey Week se convierte en una mueca más de la ciudad y mayores, pequeños, cultivados y agrestes aprovechan el sábado para mirar discos, reírse del ímpetu de los "weekeros" o mirar el autobús de Gibson.

Me acuerdo del cadáver exquisito de los surrealistas: juntar elementos que no tienen nada que ver entre sí. Montar sobre una mesa de disección el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser. Insertar un festival de música independiente en un entorno social que siempre ha obviado cualquier forma de modernez y asistir impávido a un reconocimiento mutuo que lejos de chirriar conduce a una extraña armonía de gente sencilla y culturetas satisfechos que van a conciertos raros. Definitivamente, esto funciona.

A las diez y media de la noche hay dos escenarios en el Monasterio de la Victoria. Uno en el jardín exterior, donde se practica soul, rap, hip-hop e incluso el maldito reggaetón. En el corazón del Monasterio al fin se estrena el escenario principal del claustro, empleado para albergar las actuaciones de los grandes nombres de un cartel que cada vez se me antoja más fortuito, menos calculado.

Novedades Carminha ofrecieron un muy buen concierto. Unos tipos intrépidos ataviados con camisas hawaianas y una gorra de marinerito. Referentes obvios: Ramones, garaje y Violent Femmes, de los que hicieron una muy acertada versión ("Prove My Love").

En el jardín, Mad Muasel confirman mis eternas sospechas referidas al rap o el hip-hop: jamás un caucásico podrá expresar a través de rimas y bases lo que un tipo de color. Lo siento pero no me gusta. Es más, me sonrojo cuando después de criticar la industria, el tejido de la realidad y la sociedad aprovechan la última canción para promocionarse con su Facebook, su Mysapce y su página personal. A mitad de canción los desenchufan y les invitan educadamente a que abandonen el escenario.

Cuando vuelvo a entrar en el claustro del Monasterio me encuentro con el primer gran concierto de la noche. Los personajes que integran Hawkwind son fascinantes. Señores más que talludos interpretando rock duro espacial que aprehende todos los tópicos del género para reírse de ellos mismos con posturas, riffs y disfraces.

Me acuerdo de Spinal Tap y al final reconozco que son incluso mejores. No sólo tocan bien, su puesta en escena es absolutamente fascinante. Mientras Mr. Dibs se hace el duro con su casco militar, sus gafas de sol y su inmensa panza, dos grandes seres vestidos con túnicas y de dedos gigantes y luminosos (no, no alucino) practican extraños movimientos escabrosos contra las luces y las brumas del escenario. Impresionante.

Hawkwind continúan con su sarcasmo y los dos gigantes son sustituidos por bailarinas hindúes de abdominales prodigiosos que lucen seis brazos o serpientes verdes inmensos sobre las cabezas. Espectacular.

El público no sale de su asombro y desenfunda sus móviles para inmortalizar tamaña proeza estética. Las proyecciones sobre la pantalla del fondo redundan en calaveras, cuerpos desnudos y explosiones. Arrecian los aplausos. Un concierto ejemplar.

Y entonces le toca a Neneh Cherry. Lleno para recibir a la hija pródiga que decidió abandonar su carrera para integrarse en un proyecto familiar. Con una sonrisa arranca vítores, aplausos, silbidos y hasta seis infartos. La sueca no ha perdido ni un solo encanto. La edad le sienta bien y se mueve como cuando la expo de Sevilla y los primeros lamentos del Trip-Hop.

Tocó temas nuevos que no se diferenciaban en absoluto de sus temas de los ochenta. Por supuesto también dedicó buena parte de su concierto a recuperar las canciones que la hicieron célebre, y se hizo acompañar por su marido al piano y su hija en los coros.

Entrañable concierto de una gran artista que pretende que la industria y el público le perdonen la osadía de retirarse cuando más vendía, de preferir pasar a un segundo plano y vivir en una gira perpetua con su familia (hasta su perro hace jazz) a repetirse y poner morritos.

Finalmente, Cápsula terminan de complicar el sentido del cartel. Primero garaje, luego rock espacial épico y circense, entonces el hip-hop de Neneh Cherry, y ahora rock postmortem ruidoso y de mucha calidad.

A todo el que le pregunto me responde lo mismo: no, no tiene ningún sentido; pero esto sólo puede suceder en el Monkey. El festival es justamente esto.

Y cuando ya no espero ninguna clase de sobresalto, cuando ya sólo queda una actuación para que acabe la primera jornada del festival, un tipo que se hace llamar Meneo coge una game boy y empieza a reproducir ritmos y estructuras sobre el escenario mientras se desnuda y salta como un canguro convulso.

Cuando el sector menos pudoroso del festival se apelotona frente a él, Meneo invita a veinte personas a que se suban al escenario a bailar. Se abrazan, saltan, berrean y se desnudan. Un montón de tíos en porretas saltando al ritmo de una game boy.

La noche acaba alrededor de la cuatro de la mañana. El frío te espabila y te prepara para arroparte entre las sábanas. Ha sido una buena jornada. Por supuesto no todo me ha gustado, pero estoy seguro de que tardaré en olvidarme de Neneh Cherry emocionada con su retorno o de ese inmenso líder de Hawkwind acosado por seres interestelares de dedos gruesos y flamantes.

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