Lo habrán visto ustedes por la televisión, en acontecimientos deportivos o manifestaciones de trascendencia internacional: "Catalonia is not Spain", "Freedom for Catalonia". Y seguramente, como me ha pasado a mí, se habrán preguntado: ¿dónde está esa Catalonia?, ¿y por qué se define por comparación negativa con España?, ¿de qué o de quién reclama la liberación? Las mismas preguntas, como les digo, se las ha hecho el que suscribe, y tras una pequeña investigación, estoy en condiciones de asegurar que Catalonia no es ninguna república báltica, sino que se encuentra al nordeste de la Península Ibérica, en el límite geográfico de esa porción de España que constituye la Comunidad Autónoma de Cataluña. Algún viajero poco avisado podría incluso llegar a confundirlas. Pero no tienen nada que ver.

Catalonia abomina de España y de sus símbolos, que considera antiguos, desfasados, retrógrados e incluso poco democráticos; paradójicamente, en Catalonia son consideradas modernas la exaltación de la identidad propia, de las tradiciones, de la historia y de los himnos. Los catalonios insultan, menosprecian y hasta queman la bandera española, pero profesan a la estelada -la bandera catalonia- una veneración cuasi religiosa.

Para los catalonios, España es artificial y obligatoria; no existe, sino que se ha creado para oprimir a las naciones preexistentes. Sin embargo, desde Catalonia, no se duda en impulsar políticas imperialistas hacia territorios vecinos, pero con identidades y personalidades propias.

Cataluña, por el contrario, cree en una España hecha de gente, historia y sentimientos comunes, no un mero concepto administrativo, un invento del poder centralista, vacío de ciudadanía y de los lazos que unen a las personas que habitan el territorio español.

Los dirigentes catalonios propugnan la oficialidad internacional de las selecciones deportivas propias; sin embargo, ninguno de esos dirigentes ni de los grandes clubes catalonios ha siquiera sugerido la posibilidad de abandonar el escaparate que suponen las competiciones españolas, que una cosa es la independencia, y otra muy distinta disputarle el partido del año al Roda de Bará. Y además, para eso está la teoría del "Estado libre asociado" -que propuso otro ilustre iluminado, el lehendakari Ibarretxe-, perfectamente adaptable al modelo catalonio: "Libres para lo que nos vaya bien y asociados para lo que nos venga de puta madre".

Catalonia es sombría, plúmbea, fascista y resentida. Cataluña es mediterránea, abierta, solidaria y festiva.

Los catalanes se rigen por el seny, el sentido común; en Catalonia se levanta cada día un monumento a la sinrazón.

Aquel espléndido verano del noventa y dos, Cataluña y el resto de España sellaron un pacto -amigos para siempre-, que no van a conseguir romper los catalonios, por mucho que se empeñen. Que se están empeñando.

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