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Las memorias susurradas

  • El cantante consigue imprimir un aire de complicidad a su libro sin escatimar detalles y con profusión de anécdotas de todo tipo

Miguel Ríos titula sus memorias Cosas que siempre quise contarte; utiliza una frase que habla de confidencias, complicidad, de un streaptease emocional en el que sólo tiene cabida su pertinaz chupa negra de cuero. Dicen que existen dos biografías, al igual que dos sujetos dentro de una misma persona: el que uno cree que es y el que es en realidad. En este libro, Miguel Ríos vive una experiencia extracorporal para hablar de él mismo sin pudor y, de paso, retratar el panorama de su ciudad, su país y el mundo que le ha tocado vivir en los últimos 69 años.

Cosas que siempre quise contarte es prolijo en anécdotas. En una ocasión viajó a Barcelona para entrevistar a Manuel Lara, el editor de Planeta, para una serie de su programa Fiebre de sur. "Miguel, ¿tú no serás maricón?", le preguntó. "No, don Manuel, no soy maricón", le respondió sorprendido el rockero metido a presentador. "Pero tú habrás ganado dinerillo, ¿no?", prosiguió el ínclito personaje. "Entonces, ¿por qué no te operas la pequita, que cuando te veo por la tele y te enfocan de cerca me pone de mala leche?", le preguntó al perplejo cantante, que supo rehacerse de la sorpresa para responder: "Don Manuel, pues no sabe lo que he ligado yo con la pequita".

Miguel Ríos comienza hablando de su infancia, de un padre que murió tempranamente, "un tipo serio". En sus recuerdos aparece como "sentencioso, tímido como el labrador que fue en su juventud" y con fama de "gran trabajador y hombre formal". Tras su fallecimiento llegaron dos años de luto riguroso y una madre que dio un paso al frente, pero que supo dar dos pasos atrás llegado el momento en que su hijo se fue a Madrid con un incierto futuro en la música: "Una lágrima suya me habría desarmado y esa torrentera que es el llanto de una madre me habría hecho naufragar en el mediocre mar de la tranquilidad que era mi futuro en Granada".

Su primera actuación tuvo mucho de Historias de la radio; con 11 años, su hermano le pidió que fuera a cantar Granada al programa Los jueves infantiles, de Radio Granada. Si se la dedicaba a su novia se ganaría tres pesetas; y con la inocencia que perdió después furtivamente con una vecina, contó la historia a la presentadora ante la carcajada general. 60 años después, Miguel Ríos se ve allí con su pantalón corto y "esos jodidos muslos de chica".

Su siguiente presencia en las ondas fue la más decisiva, de la mano de José Luis Mansera en el programa Cenicienta. Por entonces era un chico distraído en los Salesianos, con un sacerdote capellán del Frente de Juventudes que le decía: "Ríos ha oído campanas y no sabe dónde". Años después, se olvidó de confesar, pero no de pecar.

Después de probar suerte como camarero durante una insufrible jornada en una cafetería de la calle Recogidas, y sin plantearse siquiera un futuro como estudiante porque hacía falta dinero en su casa, entró a trabajar en los almacenes Olmedo, donde se ganó el mote de 'Desastres Ríos', y los guasones de turno llegaron a acusarle de sobarle las tetas a una maniquí. Así hasta que en en 1961 apareció en escena un vendedor de Philips que se llevó una copia de una canción a Madrid para que la escuchara el director artístico de la compañía. Y sin esperar una carta se presentó en Madrid como quien viaja a la Luna.

Tras distintas peripecias en pensiones tan herrumbrosas como la sintaxis que empleaba entonces en las cartas a su familia, el artista sobrevivía en la capital de España gracias a su cuñado. Así hasta que el 2 de enero de 1962 grabó su primer Ep con Philips, al tiempo que cambiaba sin mucho entusiasmo su nombre por el de Mike Ríos. Sólo hay una palabra que define esta etapa, es la de pertinaz, de tocar puertas sin sonrojo. Hasta que llegó el éxito de Popotitos, algo que no le pilló de sorpresa porque, de alguna manera, siempre tuvo claro que iba a triunfar por más que las circunstancias apuntaran a todo lo contrario. Empezó a vivir en mejores pensiones y a conocer a personas como Rocío Dúrcal, ante la que le temblaban las piernas.

Otro gran salto en su carrera llegó al firmar con Hispavox y lanzar la canción El río, que entre otras cosas le permitió comprarse su primer coche, un Mini Cooper decorado con el símbolo de la paz en el techo. Corría 1969 y Miguel Ríos titula esta época como Días de vino y porros abrazado a la fe flowerpower.

El éxito mundial del Himno de la alegría le pilló con el paso cambiado, pero le permitió con el primer cheque comprarle a su madre un apartamento en la playa. Y viajó a EEUU sin más compañía que sus amuletos hippies. Recibió una crítica en Rolling Stone que quizás no le hundió por no saber leer inglés: "No puede cantar bien en ninguna lengua". Sin embargo, en las antípodas, Time le comparaba con Dean Martin.

Su vuelta al crudo Madrid de los setenta le hizo dar con sus huesos en la cárcel de Carabanchel para que declarara sobre un lío de drogas de dos amigos suyos de Los Payos. Como cabeza de turco salió de la prisión y, pasado el tiempo, pegó otro pelotazo con Bienvenidos, que "entró como un obús en el corazón de la gente". Con El rock de una noche de verano siguió su escalada hasta que, al poco de llegar a la cima, se despeñó con su Rock en el ruedo. Sin paños calientes, Miguel Ríoscalifica esta experiencia como una "tremenda hostia".

Siguió grabando discos, ganó el Ondas de televisión con ¡Qué noche la de aquel año!, volvió a las listas de grandes éxitos con Directo al corazón y siguió ganándose el corazón de la gente. En 1996 llegó la gira El gusto es nuestro, con Ana Belén, Víctor Manuel y Joan Manuel Serrat. Con humor, Ríos cuenta en el libro que Joaquín Sabina no quiso participar en el proyecto alegando que iban a parecer El Consorcio.

Más discos y más éxitos como preludio de una época en la que abandonar cosas. Primero fueron los canutos, aunque "el rock a palo seco es menos divertido". Y la retirada de los escenarios con la gira Bye, bye Ríos, Rock hasta el final. Ahí comenzó su retiro improbable y la biografía de un hombre cuya importancia captó Juan Carlos I de Borbón en una cena: "¿Quién os iba decir que esta noche cenaríais con el rey del rock y el rey de España?".

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