Cerró los ojos, se aferró al mástil y comenzó a tocar. No necesitaba artificios el Niño Miguel para trasnmitir toda la emoción que cabe en una vida. Fue en la pasada Bienal de Flamenco de 2012, entre aquellos muros de Santa Clara, cuando el de Huelva apareció por entre las sillas de la sala de prensa y se sentó ante el asombro del personal para regalar un recital tan íntimo y tan inesperado que quedó consagrado como uno de lo momentos mágicos del festival.

Estaba feliz, pletórico, casi abrumado por la atención recibida y aquella actuación, fuera de programa, era su forma de agradecer que, por fin, se presentaba el documental Las sombras de las cuerdas, el magnífico retrato que el francés Benoît Bodlet y Chechu García Berlanga hicieron de la última etapa de este hombre que arrastró leyenda en vida. Porque de su calidad como concertista hablan los aficionados que le vieron en directo en esos años 70 de gloria, pero también aquellos otros a los que en décadas posteriores deleitó con el toque callejero de alguna guitarra que nunca tenía seis cuerdas, un tiempo en que la vida se torció demasiado para una mente vulnerable que sólo era fuerte entre falsetas.

"Su calidad como artista está ahí y hablan todos esos grandes que participan en el documental", como Morente y Paco de Lucía, "pero su calidad humana, su generosidad, su bondad es lo que nos atrapó de este proyecto", relata García Berlanga sobre una aventura a la que dedicó seis años de trabajo y que inició Benoît, en 2002, a través del guitarrista Álvaro Ramos, buen amigo del artista que ayer se fue "demasiado pronto, justo cuando parecía que la vida podría darle una segunda oportunidad".

Queda su legado, los recuerdos y "su mirada" que atrapa en cada fotograma del documental al que Niño Miguel puso título. "Él miraba a la cámara y era como si dijera ¿qué hacéis? si yo no he hecho nada".