Transparencia internacional acaba de publicar su índice de Percepción de la Corrupción. Entre los 176 países analizados por esta organización no gubernamental, España ocupa el lugar 41 y, al contrario de otros rankings como el del Informe PISA, en el que año tras año constatamos el descenso del nivel educativo de nuestros escolares en post de la burricie absoluta, en esta clasificación España escala imparablemente posiciones en el mapa de la corrupción mundial. A la vez que nos alejamos de los países más "honestos" (Dinamarca, Nueva Zelanda, Noruega...) y habiendo ya superado a los estados más degenerados de UE (Grecia e Italia) nos acercamos peligrosamente a aquellos otros -la mayoría satrapías o estados fallidos- en los que el cohecho, el soborno, la depravación y el abuso de poder son, por así decirlo, monedas de curso legal (Somalia, Corea del Norte o Libia).

Resulta desalentador comprobar que han bastado apenas cuatro décadas para que la sociedad española haya dejado escapar por el sumidero de la indolencia, todos los valores y libertades que creímos tener asegurados con el advenimiento de la democracia. En contra de lo que propugnaba el sociólogo -y adalid de la ideología liberal- Max Weber respecto a la manera de fortalecer los sistemas democráticos, es decir, construyendo un perfecto equilibrio entre la fuerza y el derecho, el poder y la ley y entre el gobierno de expertos y la soberanía popular, los españoles optamos por una inusitada democracia al más puro estilo carpetovetónico tal como atestigua el que uno de sus actos casi fundacionales fuese jactarnos de haber matado a Montesquieu, sustituyendo la escrupulosa separación de poderes que para el mejor y más justo funcionamiento de los estados recomendaba el filósofo francés, por una suerte de batiburrillo de competencias y atribuciones particularmente idóneo para la realización de chanchullos y componendas en beneficio de quienes detentan unos poderes entre los que no solo no existen fronteras sino que casi podría decirse que están ayuntados.

En España la corrupción es sistémica, es el lubricante necesario para hacer funcionar el estado y son muy pocos los que levantan la voz exigiendo, por ejemplo, la despolitización de los órganos judiciales, la reducción de aforados y cargos a dedo, la prohibición de indultos para los delitos de corrupción o la educación de los ciudadanos en ética, valores e integridad. La corrupción es un fenómeno en auge, piensen si no cómo le va a la juez Alaya aquella que, al modo de Gary Cooper en Solo ante el peligro intentó enfrentarse en solitario a la corrupción (andaluza).En estos días y desde su exilio habrá sabido del fracaso de su lucha: la "sheriff" que la sustituyó ha abierto las celdas a todos los maleantes que ella pretendió encerrar.

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