Ha sido una de las palabras del año. No hay tertulia que se precie donde algún erudito "opinatodo" haya mencionado el manido término para que creamos que ha leído mucho. Este neologismo, que como todo lo bueno y malo de la humanidad actual, viene de los EEUU, revela algo así como el triunfo de la emoción sobre la razón. En este estado de posverdad, el sentido común, la objetividad cede terreno al sentimiento, que se transforma en la brújula que marca el Norte de la gran masa que conforma la opinión pública. Nada nuevo en realidad: la emoción dando patadas a la voluntad. Como el sentimiento es caprichoso, voluble, fugaz, el hombre es susceptible de ser manipulado con más facilidad. Hoy siento una cosa, mañana la contraria, y ambas son igual de válidas; viene un idiota y te dice: "carpe diem", y tú te lo tomas como tu último tren, así que dejas en la cuneta toda tu historia anterior. La verdad ha dejado de ser importante, gana la creencia personal basada en una intuición, en un destello de emoción sin un ápice de reflexión profunda. Basta apelar a una nueva verdad sentida. Los debates públicos los gana no el que mejor argumenta, sino el que dice más verdad sentida: las víctimas de la pobreza energética, los niños desnutridos a causa de una egoísta política de recortes, el maligno mercado o la injusticia social, mientras cambiamos de móvil y renovamos vestuario cada temporada. A mí posverdad me suena a verdad a medias, que es como una mentira, en la que vivimos hace ya demasiado tiempo. Me preocupan nuestros hijos, a los que se les hurta el don dichoso del librepensamiento. Todos los jóvenes, de cualquier edad, estrato social o condición, domicilio o nacionalidad piensan en su mayoría que matar a un no nacido es un derecho, mientras que matar a un toro en una Plaza es un asesinato. Tontunas de la posverdad.

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