La postura oficial del partido socialista es que España es una nación de naciones, esto es, una nación que nace cuajada de otras naciones, que por avatares del destino, se unen en una nación mayor que las engloba. Como la cosa no está muy clara- para afinar-, los socialistas esgrimen a las naciones culturales, que es una excusa para no mojarse demasiado. Lo que es una nación, sus límites, sus características, ni los politólogos se ponen de acuerdo. No le pidamos a Pedro Sánchez que acierte a la primera: "A ver, Pedro, ¿tú sabes que es una nación?". No toda la responsabilidad es del partido socialista, ni de Sánchez. El artículo 2 de la CE afirma la existencia de nacionalidades y regiones. Se esperaba del texto que, ya que incluía el polémico término de nacionalidades, detallara cuales son; esto es, aclarara cuales son naciones, y cuales regiones. Como se hizo para contentar a los que nunca se contentaron, se terminó en el "café para todos". Así que, quien no pedía una Autonomía, se hizo el más ferviente autonomista, y a quien la reivindicaba como "derecho histórico"-torciendo la historia a su conveniencia-, se quedó con cara de tonto; eso sí, con competencias, dinero y poder ilimitado, todo hay que decirlo. Después de varias décadas de adoctrinamiento educativo y corrupción sin fronteras, llegamos a este punto de la nación de naciones. Ahora bien, no encontrarán ustedes una declaración, una afirmación de ningún socialista que nos aclare cuales son las naciones dentro de la nación, que las enumere, vamos. Sigue siendo un misterio. Habrá que esperar mejor ocasión. Los catalanes no quieren solo Cataluña, sino a Valencia y Baleares; los vascos, a Navarra. Ya puestos a barbaridades históricas, los andaluces podríamos reivindicar Al-Ándalus. No me hagan demasiado caso, son las calores de este tórrido verano.

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