Cada vez que paso por esta jerezana calle recuerdo el poema del inglés Alfred Tennyson sobre "El valle de la muerte", rememorando la carga de la Brigada Ligera de los regimientos británicos en el valle de Balaklava, en el transcurso de la guerra de Crimea. Primero pienso en el poema: "alguien se había equivocado" y, efectivamente, algo hemos hecho mal para que dicha vía tenga el aspecto que tiene actualmente. Recorrer esa calle parece tan peligroso como cruzar el valle de Balaklava, tal y como hizo la brigada ligera con cañones rusos a ambos lado del valle, artillería por el este, artillería por el oeste. Aquí sería edificios apuntalados por la acera izquierda, casas en ruina por la acera derecha, y si vemos un plano aéreo de la zona, parece que el cañoneo de los tejados ha sido tal que ni en Sarajevo.

Hay un recorrido clásico de los turistas que van por calle Por-vera y Ancha se dirigen a Santiago, luego al Centro Andaluz de Flamenco, y, pasando por la maravillosa iglesia de San Juan de los Caballeros, vuelven al centro por Juana de Dios Lacoste para desembocar en la Plaza de la Asunción. Claro, al pasar por la susodicha calle, se llevan las manos a la cabeza, sobre todo para no resultar heridos por la caída de cualquier cornisa, balcón o similar.

Desconozco si las normas urbanísticas en vigor en nuestra ciudad obligan, como en otros lugares, a los propietarios de los desbaratados inmuebles, a colocar una lona que cubra con un artístico dibujo semejantes mamarrachos. Si no habrá que hacer lo que los inolvidables Pepe Isbert y Manolo Morán en la genial película "Bienvenido míster Marshall": contratar decorados que convirtieron un pueblo de la sierra de Madrid en un florido y blanco pueblo andaluz. El ejemplo podría valer. En cualquier caso, si alguna vez pasan por allí y ven todo arreglado, cómprense un casco por si las moscas. Vamos por si es todo cartón-piedra

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