En el mundo actual parece que las personas buenas escasean. Pero no es así, aún se puede hablar de seres humanos que van por ahí, sembrando el bien, semilla a semilla, sin hacer ruido y sin pedir nada a cambio.

Ese es el caso de María Domecq López de Carrizosa, que ha entregado su vida a la guardería La Blanca Paloma, una historia que comenzó en 1967, cuando conoció la realidad de los barracones de Nuestra Señora de la Consolación y se dio cuenta de las necesidades que tenían los niños y sus madres. Entonces decidió quedarse para trabajar en la mejora de aquella realidad tan dolorosa.

En la mirada de los ojos claros de María solo se vislumbra la bondad. Pero en ella, la humildad es también otro de sus atributos, porque no se jacta de nada, afirma que lo que ha realizado ha surgido con la ayuda de Dios y con el maravilloso equipo humano con el que ha contado.

No le ha resultado fácil, se ha enfrentado a dificultades de todo tipo, entre ellas las burocráticas y las económicas, pero todas se fueron solucionando, según me cuenta, con la esperanza puesta en el que cuida de las aves del cielo y las flores del campo.

Para María, el proyecto de educar a los niños en toda la extensión de la palabra no forma parte de un pasado, sino de un día a día que se nutre de la ilusión de educadores, padres, alumnos y colaboradores que unen sus esfuerzos para lograr un fin común.

La obra que se inició hace cincuenta años celebra sus bodas de oro con la mirada puesta en el futuro de los ciento sesenta niños que acuden a La Blanca Paloma. Son pequeños con edades comprendidas entre los cuatro meses y los tres años, que sin saberlo, forman parte de la vida de una mujer que nunca se ha permitido claudicar.

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