Mucha tinta ha corrido sobre el asunto de Juana Rivas y la acusación por sustracción de menores interpuesta por su pareja. El caso es que la ley ha separado a dos niños de su madre y los ha entregado a un hombre sobre el que pesa una condena por malos tratos. No conozco a la protagonista de esta historia ni tampoco conozco las leyes, por lo que mi perspectiva del caso se sitúa meramente en la empatía, nacida por lo que he visto y leído en los medios de comunicación. Quienes somos madres sabemos que el amor que se profesa a los hijos es difícil de cuantificar y nos empuja a defenderles de los peligros que percibimos a nuestro alrededor. Juana ha hecho lo que creía que debía de hacer. Además ha dado la cara públicamente, pero tengo claro que no es la única. Hay muchísimas Juanas que pasan desapercibidas, que son prácticamente invisibles, pero que cuentan con una resiliencia que las lleva a superar situaciones límite a pesar de no ser escuchadas ni apoyadas por quienes deberían poner en primer término el bienestar físico y psíquico de los menores.El maltrato a un ser humano, en este caso a una madre, es muy difícil de superar porque no solo se trata de agresiones físicas, sino también psicológicas, que anulan la autoestima de la víctima y la destrozan como persona. Resurgir de una situación así es un proceso que lleva su tiempo y que dependiendo de la fortaleza individual se supera en su totalidad o deja secuelas de por vida.

No es la primera ni será la última mujer que se vea en un caso similar. Son madres guerreras que no claudican y que se niegan a seguir soportando una injusticia por la que nadie debería pasar, asumiendo, a veces con gran culpa, que se equivocaron en su elección de pareja.La mayoría de nosotros conoce en su entorno a alguna mujer que a pesar de la adversidad ha sacado adelante a sus hijos en solitario y sin pedir nada a cambio, o mejor dicho, pidiendo solamente que las dejen vivir en paz.

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