El domingo pasado celebramos a las madres, tuvimos un día de sol espléndido que espero haya llegado a los corazones de todas ellas. Porque ser madre no es cualquier cosa, es una responsabilidad, que aunque llena de amor, hay que saber ejercer.

En la audiencia papal de anteayer, el Papa Francisco habló sobre María y yo tomo esas palabras para hablar de las buenas madres de hoy, porque a pesar del tiempo, nuestro papel sigue siendo el mismo. Francisco afirmó que María tuvo momentos en que no comprendía lo que ocurría pero sin embargo meditaba todo lo que pasaba a su alrededor, lo cual no nos es ajeno actualmente. Dijo que María no se deprimía ante las incertidumbres de la vida, sobre todo cuando los cauces se desviaban de su curso. Tampoco protestaba con violencia o injuriaba al destino cuando éste le mostraba su lado más hostil. María fue una madre que escuchaba y que aceptaba la existencia con lo que le trajera cada día. Nos recordó que en los evangelios la figura de María se va desvaneciendo hasta perderla de vista. Pero llegada la crucifixión aparece de nuevo y su presencia se menciona con un lacónico "estaba". Sí, ella estaba como estamos la mayoría de las madres sobre todo cuando los demás se alejan y nos dejan solas con las penas de los hijos, con sus propias pasiones, con sus inconsistencias, con sus errores y con sus dudas. Ella estaba como estamos nosotras cuando la vela de la esperanza parpadea y amenaza con extinguirse dejándonos a merced de los fantasmas y las sombras. Muchas veces no tenemos nada que decir, solo estamos, solo escuchamos, solo acompañamos, sin hacer ruido, sin buscar protagonismos, sin esperar nada a cambio. Estamos alertas para descubrir en la mirada de los hijos cualquier vulnerabilidad y cualquier asomo de temor. Entonces encendemos la lámpara para alumbrar el camino, para despejar sus noches más oscuras y permitir, que guiados por la luz, no pierdan el rumbo.

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