Málaga

En la rutina del último vistazo

  • El autobús universitario dibuja un paisaje de costumbre generalizada que a estas alturas del curso revela sin embargo los nervios, desganas y ritos de una población estudiantil diversa

Son las 10:28 en la Alameda Principal. El autobús de la línea 20 está ya en su parada y el luminoso informa de su inminente salida. Es un día caluroso, con una humedad reforzada por la niebla que se traduce en frentes empapadas en sudor y los primeros abanicos del año. En la misma acera, frente a una pastelería de reciente inauguración y sin embargo de notable popularidad, un hombre joven pide limosna de rodillas, vestido con una camiseta sin mangas, unos pantalones vaqueros raídos y sin calzado. Otro hombre, mayor, grueso, calvo y con gafas se detiene y saca su cartera, dispuesto a dejar algunas monedas en el trozo de cartón. Pero justo cuando las toma algunos documentos caen de la cartera al suelo, incluidos algunos carnés y una tarjeta de crédito. El hombre que pide limosna ayuda a su propietario a recogerlo todo, pero éste rechaza la colaboración, se enfada por lo que considera una intromisión y se marcha sin dejar las monedas que ya había seleccionado. Ya en el autobús, un vehículo distribuido en dos módulos con articulación central, la conductora, una joven de labios pormenorizadamente perfilados y gafas de sol que ocultan buena parte de su rostro, conversa con un usuario que apoya el codo en el mostrador. En el interior viajan un total de 32 personas. La mayoría son estudiantes que se desplazan al campus de Teatinos, y a su vez lo hacen casi todos en solitario: sólo dos compañeras mantienen una conversación sobre un examen próximo ante el que al parecer tienen muchas dudas. En la sección estudiantil que comparte el autobús las chicas son mayoría. Cuatro de ellas consultan sus apuntes en lo que parecen vistazos de última hora antes de los exámenes. Sus manos delatan algunos nervios. La que va sentada en la parte central, con una melena corta a lo Amelie y una camiseta estampada de lunares, cierra los ojos y susurra algo en voz baja para reforzar lo aprendido, como si se tratara de una oración. En general, sin embargo, la población universitaria aquí reunida reviste una diversidad notoria: hay muchachos deportistas con chándal y barrita energética, gafapastas que revisan cómics y artículos de opinión en revistas musicales, chicas vestidas con modelos más propios para asistir a la Primera Comunión de un sobrino, afines a la estética grunge que se empeñan en cubrirse con camisas de franela a cuadros a pesar del calor y comulgantes de las Converse All Stars, que abundan en amplia gama de colores. Una chica delgada y enjuta, que lleva una cruz de madera en un colgante y vaqueros agujereados que dejan al aire sus rodillas huesudas, arrastra una maleta que se adivina llena de enseres recopilados desde septiembre en un piso compartido. Encuentra al final un asiento a su medida en la parte trasera, unitario y con el hueco suficiente, y se desploma con gesto de cansancio.

Pero no sólo viajan estudiantes en la línea 20. A pesar de que el trayecto no tiene ya su término en el Clínico, sino en el nuevo carril abierto entre las facultades de Medicina y Ciencias, algunos usuarios de mayor edad llevan sus radiografías en la mano como preparados para enseñarla al primero que las reclame. Dos mujeres también mayores visten velo islámico. En total van en el autobús cinco periódicos gratuitos, dos de pago, dos cómics y una revista. En la primera parada de la Avenida de Andalucía, frente a la sede de Unicaja, suben siete pasajeros, entre ellos una madre que, con serias dificultades, consigue llevar el cochecito en el que lleva a su bebé hasta la zona habilitada para ello. En la siguiente parada, antes del Puente de las Américas, baja un señor mayor con guayabera celeste y pantalones blancos y suben cuatro estudiantes. Uno de ellos viste la camiseta de un equipo de baloncesto de la NBA y unos auriculares dignos de nave intergaláctica. En total van en el interior del autobús siete auriculares: cuatro son del tipo micro, de los que se ajustan directamente al oído, y dos son de los gruesos que se adaptan a toda la cabeza. Los que faltan van en un paquete aún sin abrir, recién adquiridos, asidos por un joven de aire distraído en su mano derecha. Un hombre que luce una llamativa camisa rosa y una corbata a cuadros y que lleva un maletín de cuero, como sacado de la posguerra, se aferra a una de las barras de seguridad. El sudor ha dejado impregnadas dos manchas poco favorables en sus axilas.

En la tercera parada de la Avenida de Andalucía suben otros dos estudiantes. Uno de ellos, que viste una rebeca azul de hilo, lleva una bolsa de plástico verde con tuppers en los que transluce el almuerzo de la jornada. En la cuarta, frente al centro de salud de Carranque, se apean tres viajeros, entre ellos el hombre de la camisa rosa y el maletín de cuero y otro hombre que porta a las malas aparatosas cajas de cartón. Suben dos jóvenes, uno alto y fornido con una gorra azul. En el siguiente tramo de la Avenida de Andalucía asoman a una orilla las viviendas sociales del barrio y a la otra El Fuerte, con su decadencia traducida en grietas y la fachada afectada de humedades. En la Plaza Manuel Azaña, frente a la Comisaría, bajan cinco usuarios (la madre con el carrito, una de las mujeres con velo y tres hombres mayores) y suben tres estudiantes con carpetas y una mochila.

En la Ciudad de la Justicia bajan otros cuatro pasajeros. El barullo de tráfico es soberbio, así como el trasiego de gente en las puertas de los juzgados. En Gregorio Prieto, las terrazas de los bares ocupan ampliamente las aceras y la clientela que consume molletes, pitufos y cafés es notoria. Uno de los jóvenes con auriculares de astronauta baja en esta calle. El autobús deja entonces a un lado las obras del Metro y enfila por un carril repleto de baches hasta la Facultad de Derecho, donde bajan catorce estudiantes. Justo enfrente, una pancarta negra extendida en la torre de la Facultad de Ciencias de la Educación y Psicología llama a la movilización contra los recortes en la Universidad. En la puerta de la Biblioteca se disponen unos veinte estudiantes que disfrutan de una pausa cigarro en mano mientras dan vueltas en círculos. En la Facultad de Medicina bajan cuatro viajeros. Algunos toman el sol en las jardineras. El vehículo se dirige a su última parada, frente a la Facultad de Ciencias. Son las 10:45. Fin del trayecto.

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