Mi calle

Vivo en un número impar de la calle Dolores Ibarruri, en un barrio cercano a la glorieta Manuel Fraga Iribarne

Vivo en un número impar de la calle Dolores Ibarruri, en un barrio cercano a la glorieta Manuel Fraga Iribarne, una vivienda alta y con vistas, orientada hacia el poniente por un flanco y el levante por el otro, y, hasta ahora, no me había percatado que ello supusiese motivo de una especial atención. La verdad es que la posibilidad de un hogar no se elige por el nombre de la calle en el que el mismo se levanta, o la cercanía de algún que otro sitio de nombre afín o la distancia del que genera espanto, o por lo menos yo no lo he hecho nunca. A mí me gusta el lugar en el que habito, el vecindario, su entorno, el presentimiento constante del mar cercano, y la luz que se derrama por la montaña cuando se derrumba la tarde… Todo eso me agrada y mucho.

Pero ahora me llega el ruido de que mi calle peatonal se encuentra en el centro de las miradas porque alguien ha decidido, por la vía de los hechos, con un parche de pegatina, renombrarla, bautizándola con el nombre de Alejandro Salazar. Hasta donde yo sé, el Sr. Salazar fue, en el siglo pasado, un dirigente de FE de las JONS asesinado al poco de comenzar la Guerra Civil, en Paracuellos del Jarama, cuando aún no había gastado apenas la vida.

Sí, las cosas son como son, los españoles seguimos intentando solucionar nuestros problemas de hogaño mientras no cesan de supurar las heridas de antaño, y así, se convendrá conmigo, que nada resulta sencillo. Si echamos la vista atrás podemos ver que siempre hemos adaptado nuestro comportamiento cainita a un mismo canon, en ese bucle que representa el eterno retorno.

No tenemos bastante con haber caído en el lado bueno del mundo, con que muchas generaciones no hayamos conocido más violencia que la se nos ha mostrado en los medios, con que este País esté sostenido sobre un estado del bienestar desconocido a lo largo de la historia, con nuestros universitarios, nuestras empresas, nuestras infraestructuras… No, todo eso no es bastante. Hemos de seguir aireando nuestras miserias comunes, instalados en la diferencia, alimentando todo aquello que nos separa, acentuando todo aquello que nos hace inservibles, haciendo ver que todo esto es irresoluble, que de verdad existen dos Españas irreconciliables.

Pero yo aviso: por mucho hastío que esto genere, yo seguiré aquí, sentado en mi terraza orientada hacia el mediodía, dando gracias al cielo que, por fin, nos ha regalado un día nublado.

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