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Hitos para Historia (V)

Rabo tras el brindis a los Príncipes

  • Diego Puerta y 'Gallineto'. La tarde del viernes de Feria de 1968, con Antonio Ordóñez y Curro Romero de compañeros, Diego Puerta le cortó el rabo un toro del Marqués de Domecq

  • Fue la cima de Diego en la plaza de su tierra

Alborozado, Diego Puerta da la vuelta al ruedo con el rabo de 'Gallineto' en la mano.

Alborozado, Diego Puerta da la vuelta al ruedo con el rabo de 'Gallineto' en la mano. / DIARIO DE SEVILLA

Dentro de esta ensalada de efemérides, auténticos hitos en la historia de la plaza de toros de Sevilla no puede faltar lo ocurrido el viernes de Feria de 1968. Fue la tarde que los Príncipes de España asistían a una corrida en la plaza sevillana. Don Juan Carlos y doña Sofía recibieron los consabidos y protocolarios brindis de los toreros y así como Antonio Ordóñez y Diego Puerta les dedicaron sus primeros toros, Curro, que andaba cortito de moral esa tarde, remoloneó y no brindó hasta el sexto, sin duda por cortesía, pero con muy poco entusiasmo.

Tarde muy plomiza y de calor húmedo, con el consabido 'no hay billetes' en las taquillas, cartel de puro y clavel, muchos famosos en los tendidos, desde Manolo Caracol a Lola Flores pasando por un Pescaílla que hubo de abandonar la plaza seriamente perjudicado por demasiada Feria en la barriga, toros del Marqués de Domecq en chiqueros y el policía Manuel Zambrano en el palco. De azul pavo y oro Ordóñez, verde botella el vestido de Puerta y verde claro el de Romero.

La historia de esta corrida tiene un nombre propio, el de Diego Puerta Diánez, que ha salido con el radiador a punto de reventar. Sólo le quita algo de protagonismo una bella faena de Antonio Ordóñez al toro cuarto. Este toro se lo brindó a Miguel Primo de Rivera, alcalde de Jerez a la sazón. Fue otra cumbre de Antonio en Sevilla, pero se empeñó en matar recibiendo sin éxito. A la tercera entró a volapié y ahí acertó, por lo que recibió el premio de una oreja.

Tarde plomiza y de 'no hay billetes', fue la primera vez de los Príncipes en el palco

Para entonces ya había cortado Diego el rabo de Gallineto, por lo que Ordóñez recibió el premio sin demasiado entusiasmo. Pero vayamos al suceso de ese viernes de Feria para darnos de cara con la cima más alta de Puerta en el albero del Baratillo. Y eso que triunfó en innumerables ocasiones en la plaza de su tierra desde aquella tarde del mítico Escobero. Todo quedó difuminado por lo que un titán vestido de verde y oro hizo con el colorao y ojo de perdiz toro del Marqués de Domecq. Lo recibió en el tercio con dos largas de rodillas en las que el toro le pasó tan cerca que a punto estuvo en una de quitarle la montera. Lances a pies juntos, verónicas cargando la suerte, galleo por chicuelinas para llevar el toro al caballo, gaoneras en el quite, puede decirse que a esas altura ya tenía Diego medio rabo de Gallineto en el esportón.

Brindó a los Príncipes con prisas por ir a la cara del toro y a partir de ahí se rebujó con el enemigo para una catarata de pasión. La muleta era en manos de Diego un imán del que el toro parecía no poder despegarse. Era un diálogo en el que el hombre gritaba más que la fiera y a diferencia de lo ocurrido ocho años atrás en su duelo con Escobero, en este trance es el torero quien puede en todo momento con el toro.

Diego acaparó por ese triunfo todos los trofeos taurinos de aquella Feria de 1968

Es una faena basada en el toreo con la mano derecha en tandas interminables y pases de pecho enrabietado echándose todo el toro por delante. Comoquiera que el lío es tremendo, el presidente de la corrida le hace una seña y el torero la interpreta al instante. Se trata de que se eche la muleta a la mano izquierda para que no haya la menor duda a la hora de premiar la labor. El toro no es tan boyante por el pitón izquierdo, pero a Diego ya no se le escapa el triunfo y se pone en ese sitio donde todos, o casi todos, los toros embisten y alcanzó a pegarle un par de tandas plenas de emotividad. Y con la plaza rugiendo de entusiasmo cuadró al toro y le metió un espadazo fulminante. La plaza se nevó de pañuelos y el presidente fue sacando pañuelos hasta tres, el rabo para Diego Puerta, ese Espartero del Siglo XX.

La vuelta es apoteósica y despaciosa, el ganadero Samuel Flores le tira el bastón y Diego, con el bastón del ganadero en una mano y el rabo de Gallineto en la otra da hasta tres vueltas al ruedo. Era el segundo toro de la tarde, Curro miraba sin ver aquello y Ordóñez tenía en la mirada ese brillo que denota claramente el deseo porque llegue su momento, sonaba la música sin solución de continuidad y en la Maestranza se vivía uno de esos momentos mágicos que sólo se dan en una plaza de toros y que, particularmente, en la plaza de toros de Sevilla son únicos, irrepetibles, extraordinarios.

Fue la última gran tarde de Diego Puerta en Sevilla, en su plaza. En el 69 no fue contratado a pesar de haber sido el triunfador del año anterior, o quizá por eso. En el 72 fue partícipe con Camino y Marismeño de una corrida que se recuerda como la de los quites. Con sólo treintaitrés años de edad se retiró de los ruedos. Fue la tarde del Pilar de 1974 en mano a mano con su entrañable Paco Camino, hizo el paseo con la herida abierta de una cornada en Zaragoza, le cortó las dos orejas a un toro y su primogénito le cortó la coleta en el ruedo. Se iba por la puerta grande un torero importantísimo, hecho a sangre de cornadas y fuego de rabietas con el respeto y la admiración del público. Diego Puerta, nacido en el Cerro del Águila, tuvo dos cumbres sevillanas, la que le abrió camino con el miura Escobero y la tarde en que se entretuvo en cortar un rabo en presencia de los Príncipes de España.

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