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Qué difícil imitar al gran Ali

  • Zapatero arranca con fuerza, esquiva los primeros golpes de Rajoy con una buena danza dialéctica y flaquea donde sabía que más recibiría: ETA y el 'Estatut'

La cosa pintaba bien. Humildad y optimismo. Solbes como terapéutico precedente. Fotogenia. Esos ojos. Al acceder al plató parecía más relajado que Rajoy. Confiado en su proverbial potra. Sonó la campana y arrancó el duelo. Se permitió incordiar al rival con interrupciones breves pero martilleantes. Sus cejas, más afiladas que nunca, ilustraban su socarrona calma. Le tocó percutir y lo hizo en el primer asalto, el del empleo y la economía. Se sabía los argumentos de su ministro-milagro: la foto provisional y tardía del PP frente al buen resultado de sus cuatro años. Todo muy redundante. Todo muy seguro.

Segundo campanazo y más viento a favor. Una brisa agitaba el cordaje grueso del ring. Políticas sociales. Medallas más o menos indiscutibles. El punto fuerte del PSOE. El orgullo de Zapatero. Rajoy se centra en la inmigración y el presidente responde con un repertorio de ganchos y directos. Uno, dos; uno, dos. Como en las viejas escuelas de boxeo. Al final, una pildorilla de las que duelen: "No intente identificar al inmigrante con el delincuente". Hurras en su esquina.

Conclusión provisional: Zapatero imitaba bien la danza liviana de Muhammad Ali, esquivaba los golpes y dosificaba la ventaja acumulada golpe a golpe en plan hormiguita. Despacharía la cosa al rato, con un mamporrazo incontestable. Ése era el plan. Pero el aspirante socialista no es Ali. Más bien fue Rajoy quien se pareció a otro grande menos vistoso, Lennox Lewis, experto en destrozar el curso de los acontecimientos con un simple y demoledor puñetazo. La potencia no le alcanzó para tanto, pero se llevó el gato al agua con cierto margen.

Y el punto de inflexión fue ETA. Enumeró las contradicciones de Zapatero y éste se negó a entrar en la refriega: ni rastro de Otegi, De Juana, ANV o el PCTV. Nada de su presunta "negociación política" o del porqué de las conversaciones prolongadas con la banda tras el bombazo de la T-4. Sólo una frase lapidaria. "Nunca jamás he mentido". El siguiente croché estaba ligado al otro tema espinoso, el modelo territorial, o más concretamente esa cabeza bicéfala que conforman el Estatut y la tabarra secesionista de Ibarretxe. Pobres argumentos en el primer caso y silencio absoluto en el segundo. Mal asunto. Olía a chamusquina. Ni el quinto bloque del debate (retos de futuro) ni el epílogo made in Hollywood enmendaron su doble caída a la lona.

Página web del PSOE. Enlace zapateril. Declaración de intenciones. "No me canso de negociar". Muy mala frase, compañero presidente. "Todo se puede decir con una sonrisa". Anoche su boca era una línea recta. "Me gusta escuchar a todos". Menos al amigo Rajoy, claro. Sobre todo cuando se sintió derrotado y su palidez aumentó discreta pero sintomáticamente.

Zapatero es a la política lo que Chet Baker al jazz, John Cassavetes al cine o la terna Kerouac-Ginsberg-Cassady a la literatura: un buen improvisador. No siempre basta. No en su caso. Él lo sabía y quiso compensarlo. Había estudiado. Exhibió gráficos, recordó cifras, confirmó una ligera pero constante mejoría en sus dotes como orador. Pero se escaqueó justo donde tendría que haber acumulado argumentos para descolocar a Rajoy. Quizás es sólo que no los encontró.

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