La crisis del pp La espantada de San Gil

El coraje de una líder por accidente

  • El asesinato a manos de ETA de Gregorio Ordóñez, y no su vocación, marcó el ingreso en política de la jefa del PP vasco, emblema de la resistencia contra ETA que abandona su partido tras disentir de Rajoy

Los brindis, uno tras otro, vaciaban la botella de champán, servida con generosidad por el complacido anfitrión de una fiesta improvisada en el ayuntamiento de San Sebastián. Ajena al bullicio y a la euforia general permanecía una mujer, apartada en una de las muchas salas del consistorio. Desconfiaba de la alegría dominante segura de que los generadores de un entusiasmo tan desbordante no eran de fiar. En las cuatro ocasiones anteriores en que se repitieron los mismos buenos presagios, las expectativas se disiparon entre el desánimo colectivo. La quinta vez no fue diferente, bastaron seis meses para que se certificara el pálpito pesimista de la mujer. ETA, detonante del festejo espontáneo con el anuncio de una nueva tregua, desbarataba nuevamente la esperanza renovada en el final de la violencia matando a dos ecuatorianos en Barajas.

Fue María San Gil la mujer que en la primavera de 2006 rehusó participar de la celebración consistorial, en la que el socialista Odón Elorza ejerció de maestro de ceremonias descorchando aquella botella. San Gil, política aguerrida, actuó fiel a su ideario; se reservaba para la rendición de ETA, no brindaría por un simple comunicado potencialmente reversible. Esta secuencia de hace dos años, aparentemente anecdótica, revela el temperamento de uno de los símbolos de la resistencia contra ETA del PP: revela la coherencia de quien desconfía del diálogo con los terroristas, revela la tenacidad de quien les ha plantado cara, y revela también la incredulidad de quien ha vivido de cerca su azote.

Fue en ese mismo ayuntamiento donde San Gil, donostiarra de "nacimiento y corazón" según sus íntimos, dio sus primeros pasos en la política en 1991 de la mano del entonces líder del PP guipuzcoano Gregorio Ordóñez, quien le reservó el papel de secretaria, asesora y también confidente, fruto de su cómplice amistad. Cuatro años después llegó el trágico desenlace, hoy sobradamente conocido: presenció el asesinato de su jefe. Presa de la cólera, salió a la carrera del local donde agonizaba su superior a la caza del asesino, sin éxito; el pistolero de ETA acabaría escapando.

Tiempo después, la Justicia sentaba en el banquillo al etarra, Javier García Gaztelu, Txapote. La mirada de desprecio que le dirigió San Gil a través del cristal de la pecera donde el etarra se movía desafiante heló la sala. Fue la imagen del juicio en que perseguidora y perseguido volvieron a cruzarse 11 años después de la funesta comida en el restaurante La Cepa.

El asesinato de su jefe resultó determinante en su resolución de zambullirse en política, decisión que tuvo poco de vocacional y mucho de tributo obligado al vacío físico y anímico que le ocasionó la desaparición de Ordónez.

Acontecimientos como éste fueron moldeando la imagen de San Gil hasta convertirla en un emblema de la resistencia contra el acoso terrorista, como tantos otros ediles de PP y PSOE. Le valieron también el apelativo de María coraje e hicieron de ella un referente moral y político con un gran predicamento entre las víctimas, como apuntan desde su entorno quienes han convivido con ella los tres últimos años: "Ha sido la cara y la voz que ha dado la batalla al nacionalismo en el País Vasco".

A sus 43 años, denostada por las huestes nacionalistas por su beligerancia dialéctica e incompatible con la renovación que planea Rajoy, es también uno de los activos más queridos por la militancia del PP. Prueba de ello fueron los interminables requerimientos de las delegaciones provinciales que reclamaron su presencia en los actos de campaña del 9-M. Fue la más solicitada junto con el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón.

Por este motivo, su reciente enfrentamiento con Rajoy, la crisis de confianza y su posterior salida ha propiciado un enorme revuelo que ha agravado la crisis del PP, y que ha provocado, incluso, que hasta un siempre hermético Aznar acabara por reventar aireando su "profundo disgusto" por su marcha.

No es para menos la indignación que debe sentir el ex presidente habida cuenta de la admiración pública que le ha profesado en no pocas ocasiones, y que contrasta con el escaso fervor mostrado recientemente hacia su sucesor Rajoy, como evidenció la frase que le destinó en la campaña del 9-M: "Hay que votarle, aunque a lo mejor no entusiasma". En contraposición, el acto en el que se atrevió a entonar para San Gil el bolero Si tú me dices ven, en un reconocimiento muy particular a su labor en el País Vasco, territorio hostil para la práctica política. "No apto para personas blanditas", rematan en su entorno.

Entre sus mentores, se cuenta también a Jaime Mayor Oreja, su gran valedor en una carrera política que arrancó y discurrió de forma nada convencional y en la que parpadea el hito de haber sido la primera mujer que aspiró, en 2005, a convertirse en lehendakari. Poco después, llegó otro de sus momentos más críticos, desligado esta vez de ETA. Detectado a tiempo, un cáncer de mama le obligó a dejar temporalmente la política.

Para entonces había pasado más de una década desde su salto a la política y, pese a no haber sido vocacional sino una elección accidentalmente forzada, los años la convirtieron en un "animal político", en el que terminó por despertar el instinto y la pasión por su profesión. Hizo frente al carcinoma con idénticas reserva y entereza con las que enfrentó la hostilidad abertzale, con las que asistió a los funerales de muchos de sus colegas y con las que dio el pésame a las viudas. Su tenacidad, coraje y arrojo, ragos inconfundibles de su temperamento combinados con una eterna sonrisa, han forjado su imagen pero han acabado también enfrentándole a Rajoy, convencido este último de la necesidad de abrirse a un diálogo "con todos".

Contraria a cambiar de estrategia, y presa de su temperamento, que pasa por no dar nunca un paso atrás, ha terminado dando la espantada con "coherencia". ¿Y qué hay de su porvenir? Pues su futuro resulta extraordinariamente incierto dado que, como dicen sus íntimos, resulta difícil imaginarla lejos de su gran pasión: "No la veo fuera de la política". Es la paradoja de una donostiarra que se preparó para ser filóloga pero a la que sorprendió accidentalmente la política. UPyD, el partido de Rosa Díez, otro icono de la resistencia frente a ETA, está al acecho y aguarda su decisión con las puertas abiertas.

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