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La Rotonda

rogelio rodríguez

Rato inicia su venganza

Aznar dice en su libro de memorias que Rato no quiso relevarlo, pero me consta su decepción

Rodrigo Rato ha vuelto a ocupar esta semana las portadas de los medios de comunicación. Su comparecencia ante la comisión parlamentaria que investiga la crisis financiera ha golpeado con saña los oídos del Gobierno de Rajoy. Con un lenguaje locuaz y fiero, acusó a los que durante tantos años fueron sus compañeros de bancada y, varios de ellos, subordinados, de orquestar su caída en 2015. Dijo que los ministros Montoro y Guindos revelaron sus datos fiscales para librarse de él y descargó en el actual titular de Economía y en los inspectores del Banco de España la quiebra de Bankia. Más que aportar lucidez sobre el cataclismo económico, el ex poderoso vicepresidente y ministro de Economía en los gabinetes de José María Aznar aprovechó la ocasión para abrir la compuerta de sus venganzas pendientes.

Cuantos conocen a Rodrigo Rato saben que es político de navaja afilada y certera, aunque en este momento esté desacreditado y a expensas de los tribunales en tres graves causas por corrupción: el caso de las tarjetas black, por el que fue condenado a cuatro años de cárcel, sentencia sobre la que pronto se pronunciará el Supremo; la salida a Bolsa de Bankia y por presuntos delitos fiscales. Dictaminarán los jueces, y, a tenor de las muchas pesquisas aireadas, parece poco probable que sorteé el cerco de la Justicia, pero no es menos cierto que varias de las acusaciones de Rato tienen un halo de verdad que compromete al Gobierno. ¿Quién si no se ocupó de que fuera detenido ante cámaras y micrófonos por un supuesto delito de alzamiento de bienes aún no demostrado? ¿Con qué intención de Guindos hizo públicos sus datos fiscales el día anterior? Son acciones que, además de torpeza, denotan una intención perversa.

Conocí a Rodrigo Rato en sus tiempos de gloria. Era -y sigue siendo- retador y altanero, pero sobre todo era uno de los políticos más brillantes de las últimas décadas. Su gestión en el Ministerio de Economía le granjeó un sólido crédito dentro y fuera de España. Era el mejor sostén del centro derecha, y la sorpresa fue cuando José María Aznar nombró sucesor al entonces dócil y descafeinado Rajoy. Aznar dice en su libro de memorias que Rato no quiso relevarlo, pero me consta su decepción y, siendo ya director del FMI, supe de sus desvelos por la política nacional, muy especialmente por el liderazgo del hoy presidente del Gobierno, que el propio Rato cuestionaba en corros estratégicos. Un amigo común me dijo aquellos días, tras visitarlo en Washington, que Aznar había acertado, no por haber elegido a Rajoy sino por descartar a Rato. No me explicó el por qué, aunque los acontecimientos que vinieron después resultaron elocuentes. Lo que extraña y sobrecoge es que tras la chocante salida de Rato del Fondo Monetario Internacional la dirección popular le otorgara la presidencia de Bankia.

Además de las causas penales en curso, en el caso Rato existe un trasfondo político con responsabilidades todavía ocultas.

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