Manifestación

No son tanques, son tractores

  • "Lo de los sentimientos es mentira, el único que hay es la pela", dice un camarero barcelonés.

Los turistas peregrinan a la Sagrada Familia, hay cientos de ellos, Cataluña es la primera potencia turística del país, la que más ingresa, y la catedral a medio construir de Gaudí es su epicentro. Ninguna alteración, nadie parece preocupado, los autobuses aparcan a su alrededor y descienden en tropel guiados por extrañas banderitas. No son esteladas, son señales para no perderse.

De la mayor parte de los edificios del centro de la ciudad y del Ensanche cuelgan las banderas independentistas y otras que llaman a votar sí en el referéndum; algún vecino en la Diagonal se ha atrevido a colocar en su balcón una bandera española junto a una senyera. Sí, el independentismo es visible, pero la Barcelona de hoy no es el Bilbao de los años ochenta ni su centro es el casco antiguo de San Sebastián, la vida en la ciudad transcurre igual de tranquila que cualquier viernes. El independentismo catalán tiene algo de histriónico: los colegios de enseñanza, posibles centros electorales mañana, no se ocupan, sino que celebran fiestas de pijamas y quedadas para ver el amanecer.

Hay convocado todo tipo de eventos lúdicos en los colegios: vivac urbano, cena de fiambreras, avistamiento de estrellas, cursos de macramé... Textual. Son así. Y en los bares, donde sí se oye hablar de política, la conversación finaliza en risas cuando se cita a los "piolines", los guardias civiles que aguardan en el puerto de la ciudad en los tres cruceros alquilados por el Ministerio del Interior, uno de los cuales estaba pintado con los personajes de la Warner.

A los más radicales, los de la CUP, les hubiese gustado una reacción represiva por el Estado, toda historia nacional necesita sus mártires. Alguien auguró que los tanques entrarían por la Diagonal para sofocar la rebelión, pero lo que se ve en esta larguísima avenida son tractores.

Sergi es un tractorista del Penedés que salió de su casa antes que amaneciese. Va enfundado en una camiseta del Barça con los colores y trazos de la bandera catalana, y de su enorme tractor sobresale un mástil con la estelada. Cerca de 300 agricultores, payeses, de casi todas las grandes comarcas rurales de la comunidad desfilaron ayer con sus tractores por el centro de Barcelona: su objetivo era llegar a la Delegación del Gobierno, pero la Policía municipal los desvió a las calles de alrededor. El delegado, Enric Millo, el hombre que podría hacerse cargo de la Generalitat si ésta es intervenida, fue increpado el jueves pasado en un restaurante del Paseo de Gracia, mientras almorzaba con el secretario de Estado de Seguridad, José Antonio Nieto. Ambos fueron a coincidir en el mismo local donde se reunía un grupo de personas que preparaban cómo votar el domingo. Al final, el dueño del restaurante tuvo que cambiar de mesa a los increpantes.

Los tractoristas de la Unión de Payeses formaron varias columnas en las principales ciudades. Pere, un viticultor del Penedés, lleva varias papeletas en la mano, las sacude como si fuesen banderas, mientras corea el lema de la jornada: "Votarem, votarem". Cientos de personas aplauden a los tractoristas por el Ensanche, y el grito es el mismo, el de votar; no se oye, al menos en estos lugares, la palabra independencia. En un bar cercano, de esos que tiene la carta escrita sólo en catalán e inglés, aunque todos los camareros hablan castellano, un tipo se acerca al periodista y en voz baja cuenta: "Yo soy catalán, y no independentista, y como yo somos muchos, más de la mitad, todo esto de los sentimientos es mentira, el sentimiento catalán es la pela y eso es lo que hay que negociar, lo demás es mentira". Después, al final de la conversación, Toni me confesaría que su padre nació en Hinojosa del Duque, en Córdoba, aunque él nació en Barcelona, la ciudad mestiza.

Mathías Enard, el novelista francés, ganó el premio Goncourt hace dos años por su libro Brújula, pero desde hace un lustro vive en Barcelona, donde escribe y daba clases de árabe. En otra novela, Calles de los ladrones, relata la vida de un chaval de las calles de Tánger que termina siendo recogido por las redes integristas. Cruza el Estrecho, vive unos meses en Algeciras y llega a Barcelona, donde vive las manifestaciones de los indignados, las brocas callejeras del 15-M, sirenas, palos y botes de humo, pero por la noche hay algo que le llama la atención: se hace el silencio, la calma, las huelgas en Europa, como las revoluciones, sólo duran un día. Al amanecer siguiente, la gentes van a trabajar, los niños al cole y los indignados, a sus casas. O al macramé.

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