Crítica de Teatro cine

Cuerpo a cuerpo

Los actores Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez, durante la representación de 'Oleanna'.

Los actores Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez, durante la representación de 'Oleanna'.

David Mamet es un novelista, ensayista, dramaturgo, guionista y director de cine norteamericano, autor de los guiones de famosísimas películas de los últimos 20 años y de grandes obras teatrales representadas en todo el mundo, pero un autor que, casi siempre, por una u otra razón, se ve inmerso en la polémica.

El montaje que vimos este sábado sobre las tablas del Teatro Pedro Muñoz Seca, es una versión hecha por Juan V. Martínez Luciano y dirigida por Luis Luque que, conscientes de que no estamos en 1992 ni en los Estados Unidos, dirigen la atención del espectador hacia la lucha de poder entre dos personas, una lucha encarnizada donde se cuestiona el sistema académico vigente para sugerirnos que hay algo más de lo que parece a primera vista, invitándonos a descubrir la verdad oculta tras lo que vemos y centrándonos en aspectos de nuestra sociedad que nos preocupan mucho y están de plena actualidad, como el machismo y el acoso sexual. La obra habla de un machismo socialmente aceptado "como es el tocar a una mujer sin que de permiso y sobrepasar los límites que la otra persona pone", dijo Natalia Sánchez en una entrevista. Por su parte, Fernando Guillén Cuervo, comentó que se trataba de "un combate cuerpo a cuerpo entre dos seres humanos que tienen en sus manos una herramienta que es el poder y se analiza cómo ese poder puede pasar de unos a otros para hacernos daño".

Carol, es una estudiante universitaria que llega al despacho de su profesor a pedir que le suban la nota de una asignatura, aunque entre ambos queda claro que el examen ha sido malo. Este es el sencillo arranque de una de las obras más turbadoras del autor, un autor que huye de las verdades absolutas, de los dogmas preestablecidos y de lo políticamente correcto. Una lucha de clases fundada en el resentimiento de una estudiante pobre hacia el paternalismo de un profesor bien situado, muy burgués y frente a esta realidad, la añoranza de aquella Oleanna, "Oh, to be in Oleanna", un lugar perfecto, sin conflictos, como describía Pete Seeger en una canción que popularizó hace años.

Oleanna provoca desasosiego e incertidumbre en el espectador, que siente la necesidad de identificar claramente quien es el malo y quien es el bueno de la película, lo cual resulta difícil, porque, en realidad, todos somos ese profesor y todos podemos ser también esa estudiante. Todos hemos tenido alguna vez la tentación de que nuestra razón se imponga a la razón del otro. Nos cuesta asumir y aceptar que lo que no entendemos, nos perturba y nos asusta. Mamet quiere hacernos ver que estos dos personajes están equivocados pero que, al mismo tiempo, los dos tienen razón, su razón. Finalmente es el público el que debe decidir de parte de quién está.

La puesta en escena es muy acertada a lo que ayuda una escenografía, sobria y sencilla, con un estrado, una mesa de despacho y dos sillas como único decorado y el director se esfuerza en dejar patente la evolución de esos dos personajes según avanza la función, pasando de la seguridad que muestra el profesor al principio, a un estado de abatimiento, incluso físico y la mujer, de acosada, a acosadora.

El público premió con una gran y prolongada ovación la actuación de los actores que les obligó a salir a saludar repetidamente.

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