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Tribuna Económica

joaquín aurioles

El dólar y las economías emergentes

El dólar se fortalece en el mercado de divisas. A lo largo del último mes ha ganado algo más de un 4% frente al euro y es la tónica dominante en el comportamiento de la moneda norteamericana en lo que va de año. Influyen diversas circunstancias. La primera es que, tras la reforma fiscal de Trump, las perspectivas de crecimiento en Estados Unidos mejoran. Aunque la mayoría de los expertos coincide en que sus efectos serán adversos o nulos a medio plazo, admiten que pueden ser un revulsivo a corto. El FMI acaba de revisar al alza en cuatro décimas su previsión de crecimiento para 2018 (2,7%) y en seis décimas el de 2019 (2,5%), en ambos casos por encima del pronóstico para el conjunto de las economías avanzadas y de la Unión Europea. Una segunda circunstancia, derivada de la anterior, es la perspectiva de afianzamiento de las restricciones monetarias (subida de tipos, retirada del programa de compra de activos y adelgazamiento del balance la Reserva Federal). También influye la recuperación del precio del petróleo que, como es sabido, se paga en dólares, aunque los expertos apunten la alta probabilidad de una nueva caída, lenta y prolongada, durante los próximos meses.

Puesto que la apreciación del dólar encarece las compras en dicha moneda y abarata las ventas en moneda nacional, en el resto del mundo debería percibirse una mejora de competitividad y de balanzas de pagos, pero desgraciadamente las cosas son algo más complejas. El primer inconveniente es la inflación importada, es decir, el impacto sobre los precios interiores del aumento del coste de las importaciones. Cuando un país es muy dependiente de importaciones básicas o estratégicas, como puede ser el caso de Rusia, que depende del exterior para satisfacer sus necesidades de alimentos y tecnología, o del conjunto de las economías emergentes, la ganancia de competitividad derivada de la depreciación de la moneda nacional puede quedar anulada por el aumento de la inflación, además de repercutir negativamente sobre el coste de vida de los ciudadanos.

El segundo inconveniente es el endeudamiento en moneda extranjera, algo que el FMI identifica como una amenaza real de inestabilidad en estos momentos, debido a que la abundante liquidez internacional y los reducidos tipos de interés han hecho proliferar las operaciones de crédito de alto riesgo, especialmente concentradas en países emergentes y empresas privadas. La crisis asiática de 1997 nos enseñó que cuando un país (gobierno, bancos, empresas, …) se endeuda en divisas y obtiene la mayor parte de sus ingresos en moneda nacional, juega con fuego y lo más probable es que termine quemándose. Se bautizó como "el pecado original" y debieron aprenderlo durante la crisis argentina de 2001, que acabó en corralito. Lamentablemente, todavía no han conseguido erradicar el problema y el país sudamericano vuelve a ser el más perjudicado por la situación, con una fuerte depreciación del peso frente al dólar (6,5% desde enero y 31,8% desde abril de 2017) y en pleno esfuerzo gubernamental por poner orden, con el apoyo del Fondo Monetario Internacional, en el rompecabezas heredado del gobierno de Kirchner.

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