Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

el poliedro

José Ignacio Rufino

Rajoy, como de puntillas

La responsabilidad en la merma de la vida diaria debe asumirla quien decidió el conflicto

Las comunidades de vecinos son una buena metáfora de la vida política, del funcionamiento de las instituciones, de sus asuntos objetivos y de otros relacionales y en esencia subjetivos, tantas veces con mayor peso que aquéllos. La vida en comunidad supone eso, tener cosas en común. La ignorancia o desprecio por aquello que, queriéndolo o no, une a largo plazo a los vecinos, a las parejas, a los asociados, a los cofrades, a los ciudadanos de un mismo condominio, ciudad o país es el origen de la degeneración de la convivencia. La aspiración o deseo de poder y el egoísmo dan calor a la semilla de la entropía o tendencia natural de los sistemas sociales a degenerar. El uso del ascensor, el ruido a deshora, el impago de las cuotas u otras cosas en apariencia nimias y evitables con un poco de buena voluntad pueden causar una inestabilidad diaria -vecina- que a la postre amargan la existencia y, paralelamente, alimentan la mala condición de algunos. La conciencia de los intereses grupales y recíprocos están en la base de eso que damos en llamar civilización o, hecha ésta virtud, el civismo. La vanidad, el solipsismo de andar por casa, la mala fe y el desprecio por lo común merman la forma en que estamos juntos, y contaminan innecesariamente la vida misma.

Mayéutico, el Gobierno central traslada la responsabilidad a quien movió ficha

Los intereses en toda negociación son de tres tipos: los que hemos citado, los comunes, pero también los compatibles o los que son conflictivos. Poner el acento en los conflictivos es el origen del mal social. Sucede en las familias, en los negocios, en los centros de trabajo, en los bloques de pisos o urbanizaciones de adosados. Ignorar los intereses y derechos de los otros y mirarse el ombligo sin ver su fealdad y sus pelusas encabrona y resta. En el proyecto de ruptura del Estado español acometido por el poliédrico bloque independentista hay mucho de ignorancia de el otro, y también de desprecio hacia esa abstracción -el enemigo- por parte de los más mentecatos o los más manipulables. Sucede históricamente que quienes mueven los hilos y crean el problema con objetivos más o menos sucios y más o menos comprensibles no insultan, pero mueven a los simples a llamar hijo de puta o ladrón a varios vecinos o a millones de personas que, sí, comparten pasaporte con ellos. Y se echan a la calle con baba ácida envuelta en una bandera. Y cortan, por ejemplo y como ha sucedido en Barcelona esta semana, autovías o vías de tren haciendo un daño evaluable en dinero -y, oh, paciencia- a otras personas con las que, a su pesar, comparten intereses comunes. De forma algo folclórica y con ese estúpido blindaje que en este país protege a quien jode; con esa licencia del abuso y esa costumbre tan de la España contemporánea de no hacer valer el principio de autoridad sin el cual convivir es un horror cotidiano. El granuja, el violento y el canalla juegan con ventaja si falta autoridad.

En una comunidad de vecinos hay una estrategia de supervivencia que consiste en no ir de frente ni con los cuernos del ariete. Se trata de practicar la mayéutica de Sócrates a nivel de barrio, que hace, sin decírselo y haciéndolo descubrir, ver al zote y al mendaz y al pillo y al soberbio que su actitud es ridícula e inviable si no se quiere acabar a puras leches. Rajoy, ese hombre que es un perfil y una presencia como incorpórea que tantos réditos y cargos de primer orden le han propiciado, ha ejercido de Rajoy al dejar la patata caliente del orden público y la movilidad de los ciudadanos en manos de los mossos esta semana. Igual que haría un sufrido presidente de comunidad que afronta a dos o tres vecinos espabilados: allá ustedes, aclárense. En una situación de conflicto -perder-perder- o si quieren, en el brete de decidir entre lo malo y lo peor, no es una mala estrategia. ¿Qué otra queda?

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