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Tribuna Económica

joaquín aurioles

Euforia turística y crisis de modelo

Las cifras son apabullantes. 75 millones de turistas el pasado año, que seguramente se superarán en éste, sobre todo si se confirma que las buenas sensaciones del verano podrían prolongarse hasta el mes de octubre. En términos de balanza de pagos, los ingresos por turismo ya crecían durante el primer trimestre por encima del 9%, con respecto al año anterior que, a su vez, habían crecido un 7,5% con respecto a 2015. También conviene recordar que ya son ocho años seguidos con el turismo creciendo por encima de la economía española. Por su parte, los 8,2 millones de turistas que hasta el segundo trimestre habían visitado Andalucía significaban un crecimiento interanual del 9%, con especial protagonismo del turista europeo, frente al tímido comportamiento del español. En definitiva, unos resultados que invitan a la euforia en el corto plazo, aunque no consiguen impedir la sensación de que, si continuamos por esta línea, sin ningún tipo de corrección en el rumbo, las consecuencias a medios y largo plazo pueden ser muy adversas. Una situación paradójica que podríamos resumir en que el exceso de éxito (acumulación de los mejores registros históricos durante los tres últimos años) podría ser la causa principal de la crisis de un modelo con síntomas de agotamiento en sus capacidades.

El hecho fundamental es el de la explosión de la demanda turística hacia nuestro país y sus consecuencias para la convivencia cotidiana derivadas de la masificación (infraestructuras y servicios públicos colapsados, costes de seguridad o limpieza, accesibilidad a medios de transporte, centros de ocio, etc.). A lo anterior hay que añadir el fenómeno de las viviendas turísticas o vacacionales y su influencia en el encarecimiento de los alquileres, en la escasez de oferta para la demanda no turística y la situación de los inquilinos obligados a desalojar su vivienda en temporada veraniega.

La tensión en algunos lugares han provocado las primeras iniciativas reguladoras, apuntando a la limitación del número de plazas o a la revisión del régimen fiscal de los alquileres turísticos, pero conviene tener en cuenta que las cosas no son tan fáciles en todas partes. En las zonas rurales andaluzas o en países donde el flujo de turistas no es tan intenso, como por ejemplo Islandia, por citar alguno donde el compromiso medioambiental es indudable, el alojamiento en viviendas constituye una alternativa eficiente a la escasez de establecimientos hoteleros convencionales. No generan tanto empleo como éstos, pero dicen que sus efectos para la economía local son mayores porque los ingresos se reparten mejor. En cualquier caso, ni conviene estigmatizar a la vivienda turística vacacional, con tanta tradición, por cierto, en las costas andaluzas, en todos los casos, ni condenar a la hoguera de antemano al modelo turístico tradicional, pero todo parece indicar la conveniencia de revisar algunos de sus parámetros más característicos. Por ejemplo el de la complacencia incrementalista, es decir, el de la satisfacción con la coyuntura cuando se alcanzan cifras de dos dígitos en la medición del crecimiento interanual de viajeros o pernoctaciones.

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