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el poliedro

José Ignacio Rufino

Controlar internet al refugiado

El Gobierno alemán aprueba un proyecto de ley por el que el Estado podrá controlarel móvil y el ordenador a los acogidosLas elecciones y el miedo mueven a Merkel a intervenir en las comunicaciones

Christian tenía catorce años, era sumamente nervioso y estaba ávido de atención. Su madre era alcohólica; un programa de protección social lo convertía en un muchacho itinerante, cambiaba con frecuencia de hogar. Descartada su madre como custodio estable, las familias de acogida recibían una paga a cambio de una solidaridad incentivada. En aquella quinta en el medio de la sierra contigua a Aljezur, Bernd y Ressie habían hecho su proyecto de retiro, con suma eficiencia constructiva y energética. El recogido Christian, fuente de su ingreso extra, echaba cortas peonadas diariamente (cosa muy alemana incluso en vacaciones, el pobre diablo se quejaba hablándome en indio alemán: "Bernd immer arbeite, arbeite", "Bernd siempre trabajar y trabajar"). Christian, un Bart Simpson bávaro sin Homer que lo protegiera, no paraba de regalarme visitas a la cuadra convertida en apartamento donde pasé un verano con una bicicleta, lectura, un perro pastor (alemán), una caja de Lagunilla y un par de ellas de Super Bock. Y con mi repentino Christian, ese errabundo ser sin suerte. El Estado lo retiraba de las calles más degradadas de la Baja Baviera: vertederos sociales los hay hasta en las más ricas regiones del mundo. Valga este ejemplo para constatar la "cultura de la acogida" (horrible expresión, sean indulgentes) que Alemania practica y la mayoría de países teme cual vara verde de la inseguridades y los gastos sociales extra. La practica precisamente por ser rica: el destino de un musulmán o un subsahariano que no tenga presente ni futuro más allá de la miseria y la violencia no es preferentemente el Este de Europa ni el sur de España.

De las diarias remesas de barcas y convoyes mafiosos que transportan a Europa a los que huyen de la muerte, es Alemania quien sin comparación acoge más. No se sabe con precisión la cifra, pero en estas oleadas migratorias Alemania ha recibido -y atendido- a alrededor de un millón de refugiados. El casi pleno empleo, la estructura industrial germana, la capacidad de absorber mano de obra para hacer mayor palanca en su centralísima economía, e incluso un gasto público extra que algunos aducen como fuente de riqueza en un círculo virtuoso propio alemán hacen que Alemania esté en mejores condiciones para absorber parte de un éxodo cuya dimensión tiene poco parangón en la historia humana. En cualquier caso, lo hace: otros se quedan en la palabrería solidaria de salón y ocasión, o directamente tienen unas bolsas de paro y pobreza insostenibles entre sus propios nativos. Ni todos somos refugiados, ni todos somos Alemania. Es Suecia el mayor acogedor per cápita. Pero en términos absolutos, lo es el país que gobierna Angela Merkel desde que todo esto comenzó.

No todo es solidaridad y sinergia socioeconómica en Alemania. Muchos de sus ciudadanos temen la inmigración musulmana. Episodios como los abusos masivos y violaciones de hace dos Nocheviejas en Colonia pusieron a mucho alemán y alemana en guardia. Las utópica asimilación cultural de una religión donde la mujer nada tiene que ver con la alemana media en términos de derechos y oportunidades también crea rechazo al germano medio. El populismo xenófobo se despoja de la careta de solidario panhumanista (que debería en primer lugar ofrecer su casa y su atención a un Christian sirio). Las elecciones están ahí a la vuelta de la esquina. Merkel ha captado el mensaje del comprensible temor de su gente -no ya el odio de los canallas violentos-, y esta semana ha aprobado un proyecto de ley que le permite acceder a móviles y ordenadores de refugiados. Lo cual hace por el mero hecho de contar con leyes efectivas: si no, tiraría por la calle de en medio y punto. ¿Electorista? Me parece comprensible. Renuncio a la denuncia de salón.

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