Pregón del Carnaval 2018

Que vivan las mujeres de mi ciudad

  • Las Niñas de Cádiz elaboran una fábula descarada sobre las fatigas del arte y la emigración con un amplio plantel de colaboradoras

Las Niñas de Cádiz, durante el pregón.

Las Niñas de Cádiz, durante el pregón. / Jesús Marín

“Y que vivan las mujeres de mi ciudad, y que vivan las mujeres de mi ciudad...” El estribillo de la pegadiza rumba concentraba la intención y la raíz de lo que no se contó pero sí de lo que se vio. Las mujeres de nuestra ciudad. Las artistas, las anónimas y las silenciadas. Las Puellae Gaditanae. Porque ayer, durante el pregón que oficialmente inaugural el Carnaval de Cádiz Las Niñas de Cádiz no sólo fueron Teresa Quintero y Ana, Alejandra y Rocío López Segovia. Las Niñas de Cádiz fueron todas esas mujeres que hacen grande el arte gaditano en diferentes disciplinas.

“Y que vivan las mujeres de mi ciudad, y que vivan las mujeres de mi ciudad...” Las pregoneras agitaban las gasas de sus vestidos de romana rodeadas del amplio plantel de colaboradoras, y de algunos colaboradores que también estuvieron divinos, poniendo punto y final a una proclama que resultó ser una descarada y emotiva, sí también emotiva, fábula en la que se narraba el viaje de ida y vuelta de Gades a Roma de cuatro gaditanas que soñaron con ser artistas. Cualquier parecido con la realidad es purita coincidencia..., ¿o no...?Un periplo de casi dos horas repleto de paralelismos, homenajes y dobles sentidos en el que tras los cuplés, fieles a su irrenunciable estilo sinvergüenza, se escondía el crudo relato de las fatigas del arte y de la emigración, del dolor de quien tiene que marcharse forzosamente de su tierra, ya sea por una guerra o para buscarse la vida.

“Gades, ya estamos aquí/ Hemos vuelto, un año más/ Otra vez se ha hecho el milagro/ Otra vez es carnaval/ Y entonces, nos acordamos/ Las cuatro, por un instante/ De todos los que están fuera/ Y no pueden disfrutarte./ Y también, por extensión/ De todas esas personas/ Que se fueron de su tierra/ Y que día tras día, la añoran/ De los que huyen del hambre/ la guerra, la intolerancia/ Y que llevan en los ojos/ Los paisajes de su infancia./ Por ellos brindamos hoy/ y brindamos por la paz/ y porque nadie en el mundo/ se vea obligado a emigrar”.

Así lo declamaban a cuatro voces Las Puellae Gaditanae en las postrimerías de su relato cuando, después de pasar una serie de duquelas con las que reímos y disfrutamos (así es el Carnaval), pisan de nuevo su tierra tras triunfar en la capital, en Roma, dejando tirado un contrato con Nerón tras el éxito atronador de las gaditanas en el Coliseo que, eso sí, no le llega al Falla ni a la ima cavea... Y para tejer este cuento que recitan sin apoyo de papel alguno (salvo en la rumba final plagada de decenas de nombres de reputadas mujeres gaditanas) se ayudan de la valía de sus paisanas, de carnavaleras y de flamencas que están aquí o allí haciendo grande sus disciplinas.

Así, si una de las pioneras del Carnaval en la calle, Koki Sánchez, hacía las veces de la maestra Doña Adolfa (en claro tributo al desaparecido chirigotero Manolo Cornejo) que las ayudaba en su escuela de Gades a declinar (“y yo que no declino ni una invitación”); otra “grandísima” de la fiesta como Adela del Moral (“gracias a ella muchas mujeres hemos hecho Carnaval”, reconocía Ana López Segovia a la autora de coros) se metía en la piel de la profesora de música con un grupo de aplicadas alumnas (las carnavaleras Carmen Jiménez Barea, María del Moral, Laura Rivero, Cristina Hermida, Carmen Barea, Rocío Hermida, Arancha Gómez y Vanessa Muñoz) que igual le daban a los tangos que a los cuplés que Las Niñas de Cádiz contestaban en su estilo (“muy finos no son”, reconocía doña Lira (del Moral) a la que le dedicaron una versión de La lirio)

Porque, al igual que en el espectáculo La copla negra de Chirigóticas, Las Niñas de Cádiz abrazan la copla española para convertirla en parodia sin denigrarla, elaborando sus propias versiones para encajarlas en su irreverente relato. La copla, presente, la palabra, presente. Y el flamenco, presente. Con muchas flamencas contaron las pregoneras para su pregón de Carnaval, recordando el estrecho lazo de las dos artes que han hecho grande a nuestra ciudad. Así, las bailaoras Rosario Toledo y Ana Salazar, por alegrías y bulerías, se convertían en otras alumnas aventajadas de una clase que comandaba la cantaora Ana Polanco. O, Encarna Anillo o Carmen de la Jara, estrellas en el tablao en el que recalan estas Puellae Gaditanae cuando llegan a Roma a buscarse la vida ya que en Cádiz no hay quien les pague por actuar. Pero no todo es de color de rosa en Roma, “donde entonces no había ruinas/ bueno sí, una/ la que tenemos nosotras encima”. Mucha Vía Apia y Vía Navona (“y pa cuando una vía puchero”), ese puchero que tanto les cuesta poner en sus primeros tiempos en la capital donde van a dar al tablao comandado por un sembrado Manolo Padilla que finalmente decidirá tirar para su Cádiz con Las Puellae porque echa de menos “los sandwich de pollo del Saray 3, su vueltecita por El Gavilán, la cervecita en El Barril o un baile en el Bianco, el Buri o el Metropol” (fantasmas, ya, de su pasado).

Pero antes de concluir el relato tendrán que triunfar nuestras heroínas en la capital y sutilmente dejarnos ver otra realidad dura para el que mantiene vivo el cordón umbilical con su tierra. El éxito, sí, pero lejos de ella. Ganar dinero, sí, para comprar cada vez que se pueda un billete con destino casa. Y es que Las Puellae podrán pagar el alquiler, la luz y hasta comer gambas en Joselito con un contrato que les sale en el Coliseo que cumplen con tal solvencia que Nerón las contrata para una semana más.... ¡La Semana de Carnaval! Y se emocionan, sinceramente, en ese instante donde caen en la cuenta que será el primer carnaval que pasan fuera de casa, cuando su vida ha sido el carnaval... ¿Malvivir o vivir? ¿La felicidad del hogar o la obligación de construir un nuevo hogar? Y las maletas, siempre presentes en la obra, y el tren que aquí no es tren, que es Vapor... Preguntas, viaje, que a muchos artistas gaditanos no les resultará desconocido... Ni a las propias Niñas de Cádiz...

Pero, no se equivoquen, un viaje relatado con la nostalgia justa, con el drama apenas atisbado al final, porque esto es un pregón de Carnaval, el del Carnaval de la calle de Las Niñas. El de los cuplés sobre un punteado con el que se liaron, de un noviete vegetariano, de los efectos secundarios de una berza y del archiconocido estribillo suyo, tal al tipo, de que “el cunnilingus no es una lengua muerta”. El Carnaval de la crítica, el que relaciona el verbo rajar con Rajoy para terminar convirtiéndolo en un verbo “intransitivo” y mucho peor que irregular, y el que pide “Pepe Blas firma el bono social ya”.

 Un pregón de Carnaval que es un canto al arte y a la mujer de Cádiz sin una sola línea de lugares comunes, de idílicas imágenes gastadas de tanto invocar, huyendo del “campo de nabos feminista”, parafraseando la ocurrencia de la actriz Leticia Dolera en los Goya. Porque el movimiento se demuestra andando. Mujeres carnavaleras haciendo Carnaval. Mujeres artistas invitando a otras mujeres artistas a compartir su arte, sin más aspavientos. Alrededor 15.000 personas, dijo la Policía Local, fueron testigos de esto que les cuento.

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