Submarino amarillo

Castellón de la pena

  • 1985 fue un año agridulce; el Cádiz ascendió a los altares antes de la conclusión del campeonato, en Carranza ante los levantinos, en la tarde de la trágica bengala que acabó con la vida de un aficionado

SETENTA y cinco años cumplía el Cádiz. La mejor temporada en Segunda que se recuerda, sólo tres años antes de la mejor temporada en Primera. El Submarino fue campeón de invierno, con 27 de 38 puntos posibles, y subcampeón a la postre del paseo triunfal, un lujo que se concedió con una plantilla que hoy se consideraría cortita, sin estridencias, con sólo un extranjero llamado Mágico González y un compacto grupo compuesto por muchos gaditanos, entre ellos los hermanos Mejías, que fueron como los hermanos Coen en su oscarizada película, la que ha consagrado a Bardem como el mejor pistolero del lejano oeste. A este lado de la frontera, Pepe y Salva Mejías molaban con sus pistolas, que le pregunten al Deportivo de la Coruña de entonces, predecesor del legendario Súperdepor, que cayó en Carranza por 7 a 2: tres goles de Pepe Mejías, tres goles de Salva Mejías y un tanto del salvadoreño. Ay, el salvadoreño dio días de gloria, en ambos sentidos del término. Esa tarde, el gran Benito Joanet cambió en el descanso a Mágico y algunos aficionados cadistas se marcharon del estadio refunfuñando y se perdieron la gloriosa goleada completa.

Fue un año agridulce. El Cádiz ascendió a los altares un mes antes de la conclusión del campeonato, en Carranza ante el Castellón. Pero nadie lo celebró. Una bengala impactó en el pecho del socio Luis Montero, que murió en la grada de modo repentino. Un escalofrío enorme recorrió el estadio. Menos mal que por entonces no primaba la información amarillista, sólo había dos canales de televisión y la sangre, el morbo y la sinrazón aún no se habían apoderado de las noticias de cartón piedra. Lo de menos fue el resultado, uno a cero para el Castellón de la Pena, un cuarto de siglo antes de que la ciudad levantina se transformase en tierra prometida de la juventud desempleada, en Eldorado del futuro gaditano.

En la temporada 84-85, Salva Mejías se alzó con el trofeo Pichichi, máximo goleador con dieciséis tantos, y retornó a la portería amarilla el célebre Súper Paco, que compartió honores con otro guardameta de postín, Jaro. Los Mejías, Escobar, Dieguito de la Frontera, Amarillo Submarino es y otros héroes de la aviación conformaban el plantel dirigido por Joanet.

Castellón de la Pena, 21 de abril de 1985, con Díaz Agüero de árbitro, muchos recuerdan la tarde de la bengala como si fuera ayer. Y otros tantos rememoran la conmemoración del 75 aniversario, que se basó en fiestas y publicaciones, un Trofeo netamente hispano y Carnaval, claro, venga Carnaval. Balpiña, el recordado director del Diario, escribió un libro sobre los 75 años del Cádiz, y hubo exposiciones filatélicas y gráficas y mesas redondas, y mesas cuadradas y poco más. Ojalá que el Centenario traiga la Tribuna nueva, a buenas horas mangas verdes se ponen en marcha, y otras cosillas. En el 85, pa quien no lo sepa, no había teléfonos celulares, ni internés, ni rotondas, ni habían soterrado el tren del gol, por eso los hermanos Mejías marcaban goles de cercanías. Nada de aves a paso lento, talgos de mentirijillas o cobazos al estilo Magdalena, con paradas en mil lugares insospechados. Veinte años atrás no había pasado, pero había porvenir. Estaba por venir la mejor temporada del Cádiz, con Víctor Espárrago al frente, y aún quedaban pendientes algunas peripecias del impar Mágico González. Aquel año, el del 75 aniversario, Benito Joanet trabajó también de "despertador" del salvadoreño. Incontables veces acudió al domicilio del genial pero flojo delantero cadista para sacarlo de la cama. Un día, Benito se hartó y castigó a Mágico con la peor condena posible: el banquillo de los suplentes.

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