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El mecano cerrado

El mecano cerrado

El mecano cerrado

Gaston Leroux fue un trepidante bon vivant, viajero acaudalado y culto, que gastó su herencia en una juventud de trueno y que restableció medianamente su patrimonio gracias -quién lo diría- al periodismo y la literatura. De sus dos obras más célebres, El fantasma de la ópera y El misterio del cuarto amarillo que hoy comentamos, acaso sea éste último el más desconocido y ambicioso. Y ello por una doble razón que podríamos llamar estructural: si en El fantasma de la ópera (publicada en el año de 1910, cuando el cometa Halley atravesó el cielo de Europa, dejando un rastro de pavor y asombro e incertidumbre), si en El fantasma..., digo, Leroux probó a llevar al ámbito del horror un viejo tropo romántico, cual es el de la belleza interior, en El misterio del cuarto amarillo establecerá el modelo del crimen irresoluble, cometido en un cuarto herméticamente clausurado, que luego probaría, con tanto éxito, Agatha Christie en El asesinato de Roger Ackroyd.

¿Cuál es, sin embargo, esa otra novedad antes señalada? En El misterio del cuarto amarillo, el brillante investigador que desentraña el enigma no es un sabueso a la manera de Holmes, sino un astuto periodista: Joseph Rouletabille. Bien es cierto que tanto en Holmes como en Leroux se cumplirá otra de las exigencias del género; vale decir, la impericia y la ceguera del cuerpo policial. Aun así, es esta condición de mecano, de artificio, de asombrosa miniatura, escrupulosamente detallada, la que unirá a ambos autores de roman policier, antes de que el hard boiled de Dashiell Hammett, tan admirado por don Luis Cernuda, desplazara el lugar del misterio desde las aseadas fincas de la nobleza, desde las silenciosas mansiones de la burguesía más frívola y acaudalada, a las vertiginosas calles del Nuevo Mundo. En el caso concreto de Leroux, no obstante, debe subrayarse otra virtud, en absoluto común. En él se da una paradójica sencillez, una limpieza de soluciones, que bien pudiéramos tildar de elegante.

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