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El hombre de papel

  • La Biblioteca Nacional recuerda a Umbral en el décimo aniversario de su fallecimiento. Evocamos aquí el espíritu de la obra de un escritor que se propuso aceptar la vida como un subgénero literario

El escritor Francisco Umbral (Madrid, 1932-2007).

El escritor Francisco Umbral (Madrid, 1932-2007).

Desde el jueves pasado, y hasta noviembre, la Biblioteca Nacional dedica una muestra bibliográfica a Francisco Umbral; muestra que homenajea y evoca al escritor a los diez años de su muerte, y en cuyo título se hace referencia a una de las cuestiones capitales, no sólo de su obra, sino de la poética del XIX y el XX: La literatura como vida, la vida como literatura. No es necesario recordar que Umbral dedicó una parte sustancial de su talento a diluirse y confundirse con su efigie. Bastaría traer aquí aquel adagio baudeleriano, tan citado por él, que exigía ser "sublime sin interrupción", como en un ejercicio castrense de dandismo. Sin embargo, dicha permeabilidad entre el escritor y lo escrito, tal colusión entre el arte y la humanidad desnuda, requiere una precisión de importancia: aquello que en Umbral tiene cierto gesto irónico de desgana, en Baudelaire y en Barbey señalan, de algún modo, un límite, una cesura, un prejuicio cultural, acaso un miedo, que ciñe la sentimentalidad de su siglo.

Tal miedo, citado en varias ocasiones por Baudelaire, hace referencia a un lugar común del Romanticismo; vale decir, a la sospecha fáustica de que la vida y el arte, de que el amor y la sabiduría, se repelen. Para Baudelaire, la vida verdadera es la vida del bruto, mientras que al poeta sólo le cabe la trémula evocación de una pureza, asociada a una corporalidad robusta y a una naturaleza sanguínea. Queda claro, por otra parte, que tal sospecha opera contra un principio ilustrado según el cual el hombre es hombre en tanto que propietario de una educación, resumido en el sapere aude kantiano. Y en ese sentido, por tanto, el dandismo no era sino un refugio ascético contra la vulgaridad del mundo. ¿Podemos acomodar la figura de Umbral a esa escisión romántica que instruye el dandismo de Baudelaire? ¿Podemos sostener que su obra orbita en torno a ese colapso, en el que la cultura ocluye el verdadero hálito de la existencia? Ciertamente, no. Y no sólo porque en Baudelaire existe la esperanza de un más allá (un más allá artístico, sublime, sólo accesible al poeta), que lo justifica de algún modo; sino porque el dandismo en Umbral es una forma, quizá la única, de vida.

El dandismo, el arte en general, es en Umbral una forma, tal vez inevitable, de estar vivo

Podríamos decir, pues, que la obra de Umbral toma del Romanticismo la imparidad del creador, su naturaleza unigénita, y recocoge de la Ilustración su nervio educativo. En cierto modo, Umbral se sitúa en ese lugar intermedio, entre el virtuosismo lírico y la mordacidad política, donde se sitúa Larra. Aún así, en Larra rige todavía aquella fractura que modulará el XIX, y que distingue la naturaleza "natural" del hombre (recuérdese el criado asturiano de su Nochebuena de 1836), y su naturaleza cultural, que dirige al hombre a una suerte de esterilidad vertiginosa y palpitante. En Umbral, sin embargo, ya no existe ese malentendido. Ya no existe la secreta esperanza de una pureza anativitate, arruinada por una sabiduría posterior. El hombre, por tanto, es lo que hace, lo que lee; y una de las formas más altas de ser (también, probablemente, la más desesperada) es ese alentar intermediado de la escritura. Si Umbral escogió escribir en y desde la modernidad, fue quizá por esa indistinción entre el hombre y su obra; o si se prefiere, por ese mutuo alimentarse del hombre y su facultad creativa. Formulado a la inversa, es la moderna permeabilidad entre géneros la que habilitó a este Umbral donde lo público y lo privado, lo personal y lo político, se funden en una obra guarnecida por la efigie de Umbral. De un Umbral convertido, a un tiempo, en gárgola, mascarón y verídica efigie de sí mismo.

Sin esta conciencia viva de la permeabilidad del hombre, la obra de Umbral hubiera sido, sin duda, otra. Pero es este carácter híbrido el que explica, no sólo la variedad de sus formas expresivas (poesía, novela, ensayo, articulismo), sino la mutua contaminación de unas y otras, y todas con la propia vida del autor, que es tanto el soporte último como el motor primero de su obra. Con lo cual, cuando decimos que Umbral hizo de su vida literatura, estamos atendiendo sólo a un aspecto del proceso. Con mayor exactitud, cabría decir que Umbral, quien quiera que fuese, eligió vivir en la literatura, vivir como literatura y, en suma, ser una literatura que respira y obra literariamente sobre su existencia. A esto nos referimos con lo de hombre de papel. En Umbral sólo existe el hombre modulado por la cultura, y la cultura como decantación, como amonedamiento de lo humano. No hay un hombre para la vida y un hombre que, en la oscuridad de su despacho, se entrega a una discreta alquimia. La alquimia, para Umbral, se ha producido antes. Se trata de aceptar la vida como un subgénero literario, y de entender el arte como una forma, acaso inevitable, de estar vivo.

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