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De libros

Teoría del verdugo

  • ¿Y si el horror nazi fue fruto no de las pulsiones malsanas del populacho, sino de las mentes más cultas y conscientes? Christian Ingrao firma un turbador ensayo sobre la raíz de la barbarie.

Heinrich Himmler, rodeado de oficiales de las SS.

Heinrich Himmler, rodeado de oficiales de las SS.

Quizá la virtud esencial de este voluminoso ensayo sea la de disipar un persistente engaño: aquél que dictaminaba que la violencia nazi de las Schutztaffel (SS) era hija de la barbarie, y no un refinado producto cultural, con numerosos miembros de la universidad en sus filas. A este respecto, cabría distinguir si dicho error fue obra de los propios interesados (se limitaban a cumplir órdenes, etcétera...), o se trata de un formidable exorcismo que atañe no sólo a la Alemania de posguerra, sino también a la propia sociedad occidental, que no alcanzaba a justificar la naturaleza ideológica de las grandes matanzas del XX, propiciadas y alentadas por el fascismo y el comunismo. Bien sea hija de una o de otra, o una desafortunada conjunción de ambas, lo cierto es que, como demuestra Ingrao en Creer y destruir, la ignominiosa ejecutoria de las SS no fue fruto de la improvisación o la torpeza, y en cualquier caso, producto de la hez social, uniformada al efecto, sino la consecuencia de una ordenada violencia, que iba precedida, necesariamente, de un corpus ideológico, aún hoy vigente.

La tesis de Ingrao es, por otra parte, aquella que se deduce, sin mayores complejidades, de cuanto escribe Maynard Keynes en su prolijo manifiesto, Las consecuencias económicas de la paz. Ahí, y firmado en Cambridge en noviembre de 1919, Keynes subraya tanto la imposibilidad de Alemania de hacer frente a los pagos exigidos por Versalles como el riesgo de extremar a una sociedad urgida por la humillación y la miseria. De ese doble peligro, junto con la incapacidad de asumir una derrota que era vista como una derrota de la Kultur, de la Civilización, enfrentada a la barbarie aliada, emergerá una generación de niños de la guerra que será quienes formen, una década más tarde, la ominosa vanguardia de la germanidad que ocupa la totalidad de estas páginas.

¿Cómo se forma una élite intelectual que, sin embargo, es también la flor de una nueva criminalidad, en absoluto concebible? Según se ha señalado más arriba, Ingrao insiste en el trauma innominado de la Gran Guerra; y particularmente, en el carácter defensivo que tal conflicto adquirió en el imaginario del los contendientes. A lo cual debe sumarse tanto un larvado sentimiento de humillación, como la situación política y económica que siguió a la derrota. No obstante, hay un componente educativo que Ingrao no rehúye. De modo que es la propia formación recibida, junto con el discurso racial que abunda en la clínica, la antropología y la historia, los que surtirán de un "sólido" prejuicio cultural a quienes, en unos años, se dispondrán a eliminar, con un acusado sentido de la raza (y de la implicaciones geopolíticas de tal concepto), a cuantos adversarios desmerezcan del sueño ario del Reich milenario. Cabría matizar, por tanto, algo de lo dicho -o de lo no dicho, para ser más preciso- por Ingrao. No es sólo que el nazismo hiciera una lectura racista del derecho, de la biología o de la historia. Sino que el propio estadio de las ciencias, que la propia configuración del saber, permitía o alentaba una interpretación de los hechos, tendente a justificar tales iniquidades. En este sentido, debe recordarse que la frenología de Gall o las teorías de Lombroso no están muy lejos del determinismo biológico que distinguirá entre razas superiores e individuos hábiles/inhábiles para la sociedad. Y tampoco es posible negar que la historiografía romántica, derivada de Herder, es la que late tras el acusado chauvinismo y la caracteriología folclórica que definió las historias nacionales del XIX-XX.

Puede decirse, a este respecto, que la ideología nazi fue hija de la precisión científica, de la erudición académica, y no de una vaga ensoñación épico-lírica. Y es esa incómoda evidencia la que se muestra, una vez más, el libro de Christian Ingrao. Un libro que refina o estrecha o matiza el cauce a la teoría de la enajenación colectiva (el miedo a la libertad que diagnosticó Fromm), y abre la posibilidad a una barbarie cultural, emergida de las aulas.

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