Austral recupera este breve clásico de Lovecraft cuyo interés, cuya indudable singularidad reside, no sólo en lo que Lovecraft pueda decirnos sobre el terror, y que aquí se expresa de un modo sumario; sino en aquello que el terror (su concepto, sus categorías, su propia evolución histórica), puede decirnos sobre la obra de Lovecraft y sobre el siglo en que su obra se despliega. En este sentido, debemos decir que Lovecraft sigue una tradición americana que ha obrado sobre el Romanticismo una particularidad terrible. Siguiendo a Poe, a Hawthorne, a Ambrose Bierce, Lovecraft ha convertido el paisaje en fuerza inmemorial, contra la que el hombre, su reciente alentar sobre la Tierra, nada puede.

Digamos también que en estas páginas, publicadas en 1927, Lovecraft tiende a confundir el origen de la literatura de terror con la propia existencia del miedo. Lo cierto, sin embargo, es que el terror, su literatura específica, está más cerca de lo "sublime terrorífico" de Kant -y del del XVIII de Walpole, Lewis y E.T.A. Hoffmann-, que de las pulsiones atávicas que Freud ha detallado en Tótem y tabú. Esto implica, por tanto, que el disfrute del terror es un refinamiento ilustrado que no cabe relacionar con los miedos medievales o con un horror primordial, inscrito en el hombre desde el albor del mundo. Y también que la literatura de terror empieza donde el terror vital, donde la hostilidad del medio, ha sido ya civilizada.

Ése es, probablemente, el origen del terror preternatural que ensaya Lovecraft, y el principio de la literatura espectral que vive de los aparecidos y los muertos. Se trata de una separación del hombre respecto de su medio: ya sea la vieja naturaleza agreste, hasta ayer mismo habitada; ya la intimidad con el Más Allá que obró el mundo de la Edad Media. En esa súbita extrañeza es donde nace lo terrible para el hombre moderno. No en vano, es en ese recelo ante lo habitual, pero visto con los ojos del recién llegado, donde Freud sitúa oportunamente "lo siniestro".