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De libros

Lirio entre cardos

  • Cátedra publica los 'Dictats' de Ausiàs March en edición bilingüe con las traducciones en prosa

'Ausias March leyendo sus trovas al Príncipe de Viana', óleo de Julio de Cebrián y Mezquita fechado en 1884.

'Ausias March leyendo sus trovas al Príncipe de Viana', óleo de Julio de Cebrián y Mezquita fechado en 1884.

Con esta expresión, lirio entre cardos, tan propia del poeta valenciano, no hacemos referencia al lugar destacado que ocupó Ausiàs March en las letras españolas, sino a un tropo que nos conduce al orbe sentimental del poeta, y en consecuencia, al modo en que March hunde su estatura en el pensamiento y en la estética de la Edad Media, para asomarse, a través de su particular tronera, a la Modernidad. Una Modernidad que en los días en que escribe March (primera mitad del siglo XV), ya se está abocetando a grandes rasgos en la Italia del norte, pero que aún no conoce la caída de Constantinopla y los hallazgos de Colón, acontecimientos ambos con los que una nueva consideración del mundo se extenderá, definitivamente, sobre el siglo.

No podemos dedicar estas líneas a clarificar qué tipo de consideración cristaliza en la segunda mitad del siglo XV. Sí podemos señalar, no obstante, que una creciente atención al mundo exterior (al mundo exterior como hecho autónomo, mesurable), y un vínculo más estrecho con la Antigüedad, irán tomando posesión del arte y del pensamiento de aquella hora. Lo cual no quiere decir que en March no existan ni las referencias a la realidad inmediata ni el influjo de los autores clásicos; ambos aspectos han coexistido siempre en la Edad Media. Pero la realidad primaria del medievo, la Estética de la Edad Media según la explicará De Bruyne, es una realidad espiritual, volcada hacia el interior religioso del hombre; mientras que la realidad de Brunelleschi, de Piero della Francesca, de Leon Battista Alberti, se ha girado ya hacia la calculabilidad y la tangibilidad del mundo. Un mundo, obviamente, creado y diseñado por Dios, pero sobre el que el hombre se dispone a tomar posesión, ayudado de la técnica. Quiere decirse, pues, que cuando March cita a Séneca, a Ovidio, etcétera, no lo hará para apoyar una visión precisa y distanciada de la naturaleza, sino para definir las cuitas de su alma.

Y es aquí, en las cuitas de su alma, donde cabe señalar tanto un aspecto de la modernidad que se avecina como el grueso del corazón medieval que March expone a sus oyentes y lectores. Si por un lado estos dictats, escritos en la hermosa lengua lemosina, nos asoman ya a una individualidad acrecida, compleja, contradictoria (la individualidad protuberante que Burckhardt señalará como distintiva del hombre del Renacimiento); por otra parte nos hallamos ante la hoguera del amor cortés, trovadoresco, ante el escalofrío de la muerte, ante una literatura dubitativa, pugnaz, aleccionadora, cuyo perímetro es el perímetro, a veces fatigoso, a veces calcinante, del pecado. En March nos encontramos, pues, ante esa vocación espiritual ("lirio entre cardos"), que el amor degrada tras la consunción, y ante el memento mori medieval cuya vigencia sería ocioso recordar. Hay también esa lucha del hombre consigo mismo, que no es sino lucha del alma contra la carne decrépita y veleidosa (aflicción que no será, obviamente, tan común en el Renacimiento), y cuyo objeto preferente será la mujer, considerada como inductora, como perdición y, en suma, como legítima heredera de Eva.

Según nos recuerda Robert Archer en su Prólogo, uno de los rasgos distintivos de la poesía de March será esta misoginia, en absoluto infrecuente, que hunde sus raíces, no sólo en el Génesis y en la gravosa expulsión del Edén, sino en las obras de la Antigüedad pagana. No obstante, cabe señalar, en los días de March, y como contrapunto a su melancólico recelo de las féminas, el Libro de las virtuosas e claras mugeres de don Álvaro de Luna. Libro que si no goza de la voz trémula y grave de Ausiàs March, sí disfruta de una juiciosa y corpulenta bonhomía. En la poesía de March, por contra, son un yo y otro yo quienes se acucian y deploran por la fragilidad humana. "Lirio entre cardos -escribe este refinadísimo producto del XV español-, os amo tan puramente que me duele saber que no podréis amarme si no es con el amor que suelen practicar los amantes comunes".

"Los amadors amants comunament", dicho en su catalán de Valencia, en la cálida lengua lemosina.

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